BH
Iom
Kipur 5772
Neila
Cuentan
que una pareja de ancianos fue a comer a la casa de otra pareja. Luego de la
cena, las mujeres levantaron la mesa y se fueron hacia la cocina. Mientras
tanto, los hombres se pusieron a platicar. Uno dijo: “Ayer fuimos a comer a un
nuevo restaurant que resultó maravilloso. No pueden dejar de conocerlo.” “¿Cuál
es el nombre del restaurant?” Preguntó el otro hombre. El primer hombre pensó y
pensó, y finalmente dijo: “Dime… ¿cómo se llama la flor que se le da a una
mujer cuando la amas? Tu sabes… esa flor roja que tiene espinas.” “¿Te refieres
a la rosa?” “¡Exactamente!” respondió el hombre, quien mirando hacia la cocina
gritó: “Rosa, ¿cómo se llamaba el restaurant al que fuimos ayer?”
¿A
quién no le ha pasado algo similar a lo que relata la historia? ¿Quién no se
olvido alguna vez en dónde dejó las llaves del carro o el teléfono celular que
encima se quedó sin baterías? ¿A quién no le pasó alguna vez de cruzarse con
alguien y saber que lo conoce pero sin tener idea de dónde o cómo se llama esa
persona?
Vivimos
olvidándonos de cosas. Incluso de aquellas cosas que consideramos importantes.
Y muchas veces, nos olvidamos incluso en contra de nuestra propia voluntad.
Queremos recordar, pero simplemente no
lo logramos.
Por
el contrario, ciertos recuerdos nos atormentan y no nos abandonan. Parecería
que estamos incapacitados para dejar atrás algunas cosas que les hemos hecho a
los demás, y para hacer borrón y cuenta nueva con aquellas actitudes que otros
han tenido con nosotros y que en su momento no nos gustaron y nos cayeron mal.
De esas cosas, de las propias y de las ajenas, de esas sí que no nos olvidamos.
Y muchas veces, son esas cosas las que nos dejan anclados para siempre en un
pasado que ya no regresará.
Por
eso mismo, y a poco de comenzar con Neila, quisiera aprovechar este espacio
para compartir con ustedes palabras de Tora que estudié en los últimos días (gracias a mi maestro y amigo el rabino Brad Artson) y
que creo significativas para este año que recién comienza. Se trata de una
reflexión del Rebe de Slonim, rabino jasídico que falleció hace algo más de
diez años en Ierushalaim.
Tan
nuevo es el mundo, que si prestamos atención, todo lo que nos rodea está lleno
de renovadas oportunidades y posibilidades. Tan nuevos somos nosotros, que ya
no estamos atados a lo que hayamos hecho o dejado de hacer en el pasado. Tan
nuevos somos, que no estamos obligados a actuar de acuerdo a cómo lo hicimos en
el año que finalizó.
Si
fuimos heridos en nuestra vida pasada, en este nuevo año podemos decidir no
sentirnos insultados. Si alguien ofendió a nuestro “viejo-yo,” en este nuevo
mundo podemos dejar ir esos viejos rencores que ya no se corresponden con
nuestro “nuevo-yo.”
Si
durante los años que pasaron nos dejamos caer en la apatía eso ya no importa.
En este nuevo mundo, nuestro “nuevo-yo” puede elegir hacer las cosas de otra
manera. Si nos excedimos en la comida y en la bebida; si no pudimos ponerle
freno a nuestro trabajo; si por culpa del estrés maltratamos sin querer a
nuestros seres queridos; si no pudimos evitar tantas de estas cosas, eso no
significa que durante este nuevo año las cosas tengan que ser de la misma
manera. Fuimos creados de nuevo. Nacimos hace tan sólo diez días. Todo,
absolutamente todo, puede ser de otra manera. Las puertas del Cielo se
encuentran abiertas. Las oportunidades para hacer las cosas de otra forma están
todas a nuestra disposición.
En
este año que comienza, y luego de haber trabajado sobre lo profundo de nuestro
ser durante estos días de Rosh haShana y Iom Kipur, nuestro “nuevo-yo” puede
elegir qué virtudes y cualidades rescatar de nuestro “viejo-yo” para
refrendarlas en esta nueva etapa.
En
este año que comienza, volvemos a escuchar las mismas preguntas de siempre:
¿Qué quiero para mi vida? ¿Cuál será mi compromiso para con mi familia, mis
amigos y mi comunidad? ¿De qué manera concreta me voy a comprometer con el
mundo y con la sociedad que me rodean? Las preguntas serán las de siempre, pero
las respuestas deberán renovarse. Porque las respuestas del año pasado ya no
son mis respuestas. Ese del año pasado ya no soy yo. Fuimos creados de nuevo.
Nuestro “nuevo-yo” tiene la oportunidad de volver a responder, y si las
respuestas del año pasado no funcionaron, volver a intentarlo sin cargar con la
culpa de lo que ya no existe más.
En
este sentido, las enseñanzas del Rebe de Slonim se vuelven radicales cuando se
aplican a la idea de Iom haDin. Uno de los motivos principales de estos días
gira alrededor del juicio divino. Leemos en el Unetane Tokef que Ds cuenta y
recuenta su rebaño haciéndolo pasar bajo su cayado como si fuera un pastor. Se
nos dice que en Rosh haShana se inscribe nuestro veredicto y que en Iom Kipur,
en el día de hoy, se termina de rubricar. Y se nos dice que apelando a la
Teshuva, la Tefila y la Tzedaka tal vez podamos modificar la decisión final. Y
el Rebe de Slonim se pregunta: Si hemos sido creados de nuevo, si acabamos de
nacer, ¿qué es lo que se está juzgando? En el nuevo universo creado, y con sólo
diez días de antigüedad, no contamos con acciones, con errores o con méritos
suficientes para que se nos juzgue. Y por eso, nos enseña el Rebe de Slonim, la
sabiduría milenaria de la tradición judía radica en entender que no se nos
juzga por aquello que ocurrió en el pasado con nuestros “viejos-yos” sino que
somos juzgados a partir de lo que decidamos hacer en el futuro con nuestros
“nuevos-yos.”
Nuestro
veredicto no tendrá que ver con lo que ya fue, sino que girará sobre lo que de
aquí en adelante será. Mientras que el pasado ya no puede modificarse, es sobre
un futuro lleno de oportunidades que debemos dar cuenta. Lo verdaderamente
importante no será si fuimos rencorosos en el pasado, sino si decidiremos ser
empáticos en el futuro. Lo verdaderamente importante no será si dejamos de
asistir a la sinagoga en el pasado, sino si decidiremos venir en el futuro,
mañana para construir la Suca, el jueves próximo para cenar bajo la Suca, o en
cualquier momento para estudiar, rezar o socializar. Mientras que el pasado ya
no se puede cambiar, lo que sí podemos hacer es adueñarnos de un futuro
maravilloso obrando a conciencia e inclinando la balanza de nuestras vidas
hacia el bien.
En
este nuevo año en el que hemos nacido de nuevo, renovemos nuestra capacidad de
asombro. Sin importar los años que llevamos casados – de hecho, hoy todos los
casados tenemos sólo diez días de casados – recordemos la primera vez que vimos
a nuestra mujer y supimos que nos queríamos casar con ella, y vivamos con esa
intensidad nuestra relación de pareja.
Sin
importar los años que seamos padres, recordemos la profunda emoción que
sentimos cuando nuestros hijos e hijas estaban naciendo, y por más grandes que
estén o por más lejos que vivan, recuperemos esos primeros ojos con los que los
vimos crecer, dar sus primeros pasos y comenzar a andar.
Recordemos
que ésta, nuestra comunidad, tiene como cada uno de nosotros tan sólo diez días
de haber sido creada, y que por tanto necesita de ese mismo compromiso que
necesitó hace ocho años atrás cuando por primera vez fue inaugurada.
Recuperemos
nuestro contacto con la naturaleza, con la vida y con la trascendencia que
anida en cada uno de nosotros. En este nuevo año, en esta tarde-noche de Iom
Kipur, animémonos a dejar atrás viejos hábitos que ya no nos pertenecen, para
proponernos con sinceridad ser la mejor versión de nosotros mismos.
En
pocos minutos más, y luego de haber compartido juntos un día intenso, se
cerrarán las puertas del Cielo para que entonces podamos volver a nuestros
quehaceres cotidianos. Que en este regreso a la vida, a nuestra nueva vida,
podamos aprovechar la oportunidad que se nos da de haber nacido nuevamente. Que
Ds nos bendiga con la capacidad de dedicar nuestras vidas a crear un futuro maravilloso,
lleno de amor, compasión y constancia; un futuro de justicia, empatía y
solidaridad; un futuro de espíritu, comunidad y Tora; un futuro del cual nos
sintamos orgullosos; un futuro sublime que podamos entre todos hacer realidad.
Gmar
Jatima Tova
Rabino
Joshua Kullock
twitter: @kullock
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