Supongamos en esta noche tan importante para la tradición judía, que contamos con seis changos, los cuales encerramos en una habitación. Del cielo raso, cuelgan deliciosos plátanos, y justo por debajo de ellos, se encuentra una escalera. Al poco tiempo, y sin que nos podamos sorprender demasiado, uno de los changos, posiblemente el mayor y el más fuerte, comienza a subir por la escalera en busca de las prometedoras frutas. En ese mismo instante, cuando el chango llega a la mitad de su camino, todos los primates que se quedaron en el piso, son rociados con agua helada. En ese mismo instante, comienza el experimento…
Una vez que pasan algunos minutos y los animales se han recuperado del trauma, otro chango vuelve a intentar la hazaña, pero el resultado es el mismo: al subir por la escalera, los demás changos reciben el helado chorro de agua fría.
Al ver que este proceso se repite un par de veces más, los changos ya han aprendido la lección: no bien alguno de ellos intenta siquiera tocar la escalera, los otros tratan de evitarlo, apelando a los golpes si es necesario.
Pero el experimento se pone aun más interesante: De los seis changos que contábamos en un comienzo, quitamos a uno para reemplazarlo por otro. Como es esperable, una vez que el nuevo integrante del grupo da cuenta de los plátanos, rápidamente busca la escalera para subir por ellos, siendo entonces molido a golpes por sus compañeros de habitación. Ahora, ya no hay agua helada. Ahora, son solo golpes. Y es por ello, que luego de un par de intentos fallidos, el chango desiste y aprende su lección.
El experimento continua: se retira un segundo chango y se incluye uno nuevo otra vez. El recién llegado va hacia los plátanos, y el proceso vuelve a repetirse: al tocar la escalera, es atacado masivamente. Y lo interesante es que el chango que había ingresado antes que él, y que nunca había experimentado el trauma del agua helada, participa del violento episodio con mucha pasión.
Un tercer chango es reemplazado, y entre los represores, ahora son dos los primates que no tienen idea por qué está prohibido subir en busca de los plátanos. Así ocurre con el cuarto, con el quinto y con el sexto animal. Al sacar al último chango, al último sobreviviente del trauma del agua helada, ya no queda ningún testigo de aquel primer episodio. Y sin embargo, cuando el último chango reemplazado intenta acceder a los plátanos, es maltratado furiosamente por el grupo, compuesto ahora por animales que saben fehacientemente que no se puede subir por la escalera, aunque ninguno de ellos cuenta con verdaderos argumentos para sostener semejante barbarie.
Si hay algo que, conforme va pasando el tiempo, nos cuesta cambiar, es sin duda alguna nuestra relación con los textos que componen la liturgia judía. Sin contar con ninguna estadística que me respalde, y basándome exclusivamente en la experiencia personal y en el material de lectura que me llega ocasionalmente a las manos, me parece que año con año son más aquellos que se sienten alejados del Sidur o del Majzor, que aquellos que encuentran en nuestros rezos tradicionales un catalizador que les ayude a canalizar tanto sus angustias como sus aspiraciones. Año con año, uno ve más y más gente que ni siquiera cuenta con un libro entre sus manos. Algunos de ellos seguramente no habrán podido conseguir ninguno; pero otros, y me parece a mí que son la gran mayoría, no cuentan con siquiera el interés de hacerse con uno de estos libros.
“Esto a mi no me habla,” dicen algunos.
“Todo esto es obsoleto, arcaico y falto de todo sentido,” sostienen otros.
“Si yo no creo en Ds, ¿para qué me haces abrir este libro con metáforas que se ajustan más a los libros de cuentos de mi hijo en edad de Kinder, que a la forma en la cual yo entiendo la vida?” preguntan en un tercer grupo.
Simplemente se sientan un rato, cumplen con la formalidad de la obligación, y se van. En muchos casos, quizá como se relata en el cuento de los changos, ocurre que en realidad nunca se tomaron el tiempo de abrir un Majzor, pero como así ven que actúan aquellos que conforman su grupo de pertenencia, ni lo intentan, no sea cosa que reciban una furibunda paliza de sus pares, o alguna burla, o alguna ingrata sensación de incomprensión. En muchos casos, como leí en las reflexiones de un prestigioso rabino contemporáneo, hay quien aparece en estas fechas para rendir honor a sus antepasados, y ponerse de pie para decir Kadish en lo que sería un nuevo aniversario del Iortzait de aquel lejano judaísmo que supieron practicar y sostener sus propios padres o sus propios abuelos.
Siendo este el estado de cosas, en esta noche medular, mi intención se centra justamente en proponerles abrir el Majzor (y si no cuentan con uno, hacer lo posible por conseguirlo), para poder dar cuenta juntos de que en determinados momentos de nuestras vidas, las plegarias del pasado pueden ser significativas para entender nuestro presente, invitándonos a dialogar no solo con Ds, sino también con nuestra propia historia.
Siendo esta noche una noche de cambio en donde damos cuenta de todo lo que nos cuesta cambiar, el ejercicio que hoy les propongo remite a uno solo de nuestros textos, pero bien puede aplicarse a varios más.
Como muchos saben, uno de los rezos más importantes de estos días es el Unetane Tokef. Este antiguo texto, adjudicado de acuerdo a la narrativa judía a Rabi Amnon de Maguntzia, se caracteriza por su profunda emotividad, la cual se potencia al poner de manifiesto algunos valores y principios que hoy creo vale la pena recuperar.
Cuando hace exactamente un año recitábamos – quizá sin siquiera prestar atención – las palabras de este poema que dice: “Mi Ijie uMi Iamut […] Mi Ieani uMi Ieasher… Quién vivirá y quien morirá […] quién empobrecerá y quién enriquecerá” posiblemente pocos pensaron en lo difícil que iba a ser tener que transitar por la peor crisis económica del mundo en general, y de la República Mexicana en particular.
¿Cuántos han visto sus ingresos caer?
¿Cuántos han visto sus ahorros menguar?
¿Cuántos han estado cerca de perder sus trabajos o sus empresas?
Mi Ieani uMi Ieasher… Quién empobrecerá y quién enriquecerá.
Al leer las palabras del Unetane Tokef a la luz de nuestra propia situación personal, en estos tiempos de crisis, y en esta noche de cambio en donde damos cuenta de todo lo que nos cuesta cambiar, debemos replantearnos todo aquello que hace a nuestras prioridades y a nuestra felicidad.
Porque si hay algo que las crisis nos enseñan, es que la gente que verdaderamente nos quiere permanece a nuestro lado no por el cheque que traemos cada quincena, sino por los actos de amor y confianza que sabemos construir de manera conjunta a lo largo del tiempo.
Porque si hay algo que las crisis nos enseñan, es que cuando te sientes desdichado o desmazalado, parte del camino de salida de ese momento oscuro y angustiante radica en poder afirmar tu lugar como dador de Tzedaka, como aquel que sabe ayudar a los demás. Porque siempre hay alguien que la está pasando peor que tú, y mucho puedes contribuir tanto contigo mismo como con él, abriendo tu mano aun cuando la situación apremia.
Y porque si hay algo que las crisis nos enseñan, es que nos equivocamos profundamente si definimos la felicidad de nuestras vidas en función del dinero con el que contamos. Si la felicidad de nuestras vidas se equipara con nuestro dinero, entonces nuestras vidas se empobrecen de sentido, y nuestros espíritus carecen de toda santidad.
En esta noche de cambio en donde damos cuenta de todo lo que nos cuesta cambiar, debemos asumir el desafío de revisar nuestros paradigmas y de elegir aquellos que verdaderamente nos ayuden a vivir con mayor calidad.
Mi Ijie uMi Iamut… Quién vivirá y quién morirá.
El Unetane Tokef no solo habla de crisis económicas, sino que nos enfrenta a la dolorosa verdad de que todo tiene un tiempo, y que de ese tiempo ni nosotros ni nuestros seres queridos podemos escapar.
En este día de Iom Kipur, el Majzor nos invita una y otra vez a checar nuestras acciones y decisiones.
¿En qué vivimos invirtiendo nuestro tiempo?
¿Cuáles son las cosas que realmente nos importan?
¿Da nuestra agenda testimonio fiel de nuestros verdaderos intereses, o presos de lo urgente posponemos día tras día, semana tras semana, aquello que nos es realmente importante?
Iom Kipur y los textos que componen nuestras plegarias, son un llamado que nos recuerda que al final de los días, nadie llora amargamente por no haber pasado más tiempo en la oficina, y nadie reclama no haber sabido expandir más aun sus negocios o inversiones.
Iom Kipur y los textos que componen nuestras plegarias, son un llamado que nos recuerda que nuestras malas decisiones pueden dejarnos físicamente vivos, pero existencialmente solos, desfallecientes y abandonados.
Iom Kipur y los textos que componen nuestras plegarias, son por tanto un llamado que no solo nos pregunta si queremos vivir, sino que asimismo nos enfrenta al interrogante de qué tipo de vida queremos vivir.
En esta noche de cambio en donde damos cuenta de todo lo que nos cuesta cambiar, debemos asumir el desafío de revisar nuestros paradigmas y de elegir aquellos que verdaderamente nos ayuden a vivir con mayor calidad.
Adam Iesodo meAfar veSofo leAfar, nos dice el autor del Unetane Tokef, y de igual manera aparece esta idea con variaciones en varios lugares del Majzor. El hombre encuentra su comienzo en el polvo de la tierra, y encontrará su final en el polvo de la tierra.
Sabernos finitos, vulnerables y quebradizos como una frágil vasija de arcilla, es la figura poética a través de la cual nuestra tradición nos propone pensar nuestras metas y objetivos. O si quieren, retomando el cuento de los changos, nuestra tradición nos pregunta sobre qué pared se apoya la escalera de nuestras vidas, y cuáles son los plátanos que queremos alcanzar.
Porque mientras no sepamos que queremos en nuestras vidas, de nada servirá ascender por ninguna escalera.
Y porque mientras no tengamos en claro cuáles son los frutos que queremos alcanzar, poca utilidad tendrá la escalera con la que contemos, por más alta que esta nos pueda parecer.
En esta noche de cambio en donde damos cuenta de todo lo que nos cuesta cambiar, debemos asumir el desafío de revisar nuestros paradigmas y de elegir aquellos que verdaderamente nos ayuden a vivir con mayor calidad.
Pero, sinceramente, el cambio nos cuesta.
A cada uno de nosotros, sinceramente, nos cuesta cambiar.
A algunos de nosotros nos da miedo.
Y a otros nos da flojera, dejando en evidencia nuestra falta de voluntad.
Quisiéramos vivir en un mundo sin trastornos económicos, pero seguimos alimentando un sistema que tarde o temprano volverá a colapsar.
Quisiéramos vivir en una sociedad seria y responsable, pero no dudamos mucho cuando a un policía de tránsito una mordida le tenemos que dar.
Quisiéramos que nuestros hijos reciban educación judía, pero nosotros no abrimos el sidur, no leemos hebreo, no estudiamos Tora, ni propiciamos nuestro propio aprendizaje judaico de ninguna manera.
Quisiéramos vivir en una comunidad diferente, todos unidos y reconciliados, todos felices y como si nada hubiera pasado, pero cuando tenemos la posibilidad de aportar sembramos cizaña; y cuando se nos llama a la acción simplemente no hacemos nada.
Adam Iesodo meAfar veSofo leAfar. El hombre encuentra su comienzo en el polvo de la tierra, y encontrará su final en el polvo de la tierra.
El Majzor nos habla, nos insiste, nos reclama.
Porque aun cuando el final de todos nosotros será volver algún día al polvo de la tierra, grandes serán las diferencias entre quienes dedicaron su vida a sembrar los valores del compromiso, el respeto y la responsabilidad, y entre quienes apostaron por la apatía, por el egoísmo, y por la mediocridad.
Porque aun cuando el final de todos nosotros será volver algún día al polvo de la tierra, nadie recordará de la misma manera a quien haya apostado por el trabajo común que a quien se haya especializado en el fanatismo y en la degradación constante de las ideas de los demás.
Porque aun cuando el final de todos nosotros será volver algún día al polvo de la tierra, no será lo mismo haber pasado en este mundo como un menstch, como hombres proactivos que trabajaron por el bien de la propia comunidad, que haber dado cuenta sistemáticamente de que nunca dejamos de ser violentos changos amenazando con moler a palos a todo aquel que los frutos de su trabajo intente alcanzar.
Es por eso que la última enseñanza que quiero compartir con ustedes en esta noche de cambio en donde damos cuenta de todo lo que nos cuesta cambiar, remite a las primeras palabras del texto adjudicado a Rabi Amnon:
Unetane Tokef Kedushat haIom… Demos cuenta de la poderosa santidad de este día.
Si queremos cambiar, deberemos reconocer la santidad no solo de este momento, sino también la de todos los días del año en el desafío de marcar con nuestros actos las verdaderas diferencias.
Si queremos cambiar, deberemos entender que día a día se construyen los pequeños gestos y se gestan las pequeñas acciones que engrandecen y dan sentido a las buenas vidas.
Si queremos cambiar, deberemos reencontrarnos en la vocación de servicio y en la voluntad de repactar con madurez y compromiso con nuestros propios textos y tradiciones.
Si queremos cambiar, deberemos demostrarnos a nosotros mismos que tenemos la voluntad para poder hacerlo.
Si queremos cambiar, no tenemos más que empezar a cambiar.
Quiera Ds que este nuevo año sea un año de oportunidades.
Quiera Ds que este nuevo año nos traiga el bien a nosotros y a toda la humanidad.
Y quiera Ds iluminarnos e inspirarnos para poder cambiar siempre para mejor.
Que seamos inscriptos en el libro de vida plena, y que con nuestras acciones demos cuenta día a día de dicha plenitud.
Gmar Jatima Tova,
Rabino Joshua Kullock
Una vez que pasan algunos minutos y los animales se han recuperado del trauma, otro chango vuelve a intentar la hazaña, pero el resultado es el mismo: al subir por la escalera, los demás changos reciben el helado chorro de agua fría.
Al ver que este proceso se repite un par de veces más, los changos ya han aprendido la lección: no bien alguno de ellos intenta siquiera tocar la escalera, los otros tratan de evitarlo, apelando a los golpes si es necesario.
Pero el experimento se pone aun más interesante: De los seis changos que contábamos en un comienzo, quitamos a uno para reemplazarlo por otro. Como es esperable, una vez que el nuevo integrante del grupo da cuenta de los plátanos, rápidamente busca la escalera para subir por ellos, siendo entonces molido a golpes por sus compañeros de habitación. Ahora, ya no hay agua helada. Ahora, son solo golpes. Y es por ello, que luego de un par de intentos fallidos, el chango desiste y aprende su lección.
El experimento continua: se retira un segundo chango y se incluye uno nuevo otra vez. El recién llegado va hacia los plátanos, y el proceso vuelve a repetirse: al tocar la escalera, es atacado masivamente. Y lo interesante es que el chango que había ingresado antes que él, y que nunca había experimentado el trauma del agua helada, participa del violento episodio con mucha pasión.
Un tercer chango es reemplazado, y entre los represores, ahora son dos los primates que no tienen idea por qué está prohibido subir en busca de los plátanos. Así ocurre con el cuarto, con el quinto y con el sexto animal. Al sacar al último chango, al último sobreviviente del trauma del agua helada, ya no queda ningún testigo de aquel primer episodio. Y sin embargo, cuando el último chango reemplazado intenta acceder a los plátanos, es maltratado furiosamente por el grupo, compuesto ahora por animales que saben fehacientemente que no se puede subir por la escalera, aunque ninguno de ellos cuenta con verdaderos argumentos para sostener semejante barbarie.
Si hay algo que, conforme va pasando el tiempo, nos cuesta cambiar, es sin duda alguna nuestra relación con los textos que componen la liturgia judía. Sin contar con ninguna estadística que me respalde, y basándome exclusivamente en la experiencia personal y en el material de lectura que me llega ocasionalmente a las manos, me parece que año con año son más aquellos que se sienten alejados del Sidur o del Majzor, que aquellos que encuentran en nuestros rezos tradicionales un catalizador que les ayude a canalizar tanto sus angustias como sus aspiraciones. Año con año, uno ve más y más gente que ni siquiera cuenta con un libro entre sus manos. Algunos de ellos seguramente no habrán podido conseguir ninguno; pero otros, y me parece a mí que son la gran mayoría, no cuentan con siquiera el interés de hacerse con uno de estos libros.
“Esto a mi no me habla,” dicen algunos.
“Todo esto es obsoleto, arcaico y falto de todo sentido,” sostienen otros.
“Si yo no creo en Ds, ¿para qué me haces abrir este libro con metáforas que se ajustan más a los libros de cuentos de mi hijo en edad de Kinder, que a la forma en la cual yo entiendo la vida?” preguntan en un tercer grupo.
Simplemente se sientan un rato, cumplen con la formalidad de la obligación, y se van. En muchos casos, quizá como se relata en el cuento de los changos, ocurre que en realidad nunca se tomaron el tiempo de abrir un Majzor, pero como así ven que actúan aquellos que conforman su grupo de pertenencia, ni lo intentan, no sea cosa que reciban una furibunda paliza de sus pares, o alguna burla, o alguna ingrata sensación de incomprensión. En muchos casos, como leí en las reflexiones de un prestigioso rabino contemporáneo, hay quien aparece en estas fechas para rendir honor a sus antepasados, y ponerse de pie para decir Kadish en lo que sería un nuevo aniversario del Iortzait de aquel lejano judaísmo que supieron practicar y sostener sus propios padres o sus propios abuelos.
Siendo este el estado de cosas, en esta noche medular, mi intención se centra justamente en proponerles abrir el Majzor (y si no cuentan con uno, hacer lo posible por conseguirlo), para poder dar cuenta juntos de que en determinados momentos de nuestras vidas, las plegarias del pasado pueden ser significativas para entender nuestro presente, invitándonos a dialogar no solo con Ds, sino también con nuestra propia historia.
Siendo esta noche una noche de cambio en donde damos cuenta de todo lo que nos cuesta cambiar, el ejercicio que hoy les propongo remite a uno solo de nuestros textos, pero bien puede aplicarse a varios más.
Como muchos saben, uno de los rezos más importantes de estos días es el Unetane Tokef. Este antiguo texto, adjudicado de acuerdo a la narrativa judía a Rabi Amnon de Maguntzia, se caracteriza por su profunda emotividad, la cual se potencia al poner de manifiesto algunos valores y principios que hoy creo vale la pena recuperar.
Cuando hace exactamente un año recitábamos – quizá sin siquiera prestar atención – las palabras de este poema que dice: “Mi Ijie uMi Iamut […] Mi Ieani uMi Ieasher… Quién vivirá y quien morirá […] quién empobrecerá y quién enriquecerá” posiblemente pocos pensaron en lo difícil que iba a ser tener que transitar por la peor crisis económica del mundo en general, y de la República Mexicana en particular.
¿Cuántos han visto sus ingresos caer?
¿Cuántos han visto sus ahorros menguar?
¿Cuántos han estado cerca de perder sus trabajos o sus empresas?
Mi Ieani uMi Ieasher… Quién empobrecerá y quién enriquecerá.
Al leer las palabras del Unetane Tokef a la luz de nuestra propia situación personal, en estos tiempos de crisis, y en esta noche de cambio en donde damos cuenta de todo lo que nos cuesta cambiar, debemos replantearnos todo aquello que hace a nuestras prioridades y a nuestra felicidad.
Porque si hay algo que las crisis nos enseñan, es que la gente que verdaderamente nos quiere permanece a nuestro lado no por el cheque que traemos cada quincena, sino por los actos de amor y confianza que sabemos construir de manera conjunta a lo largo del tiempo.
Porque si hay algo que las crisis nos enseñan, es que cuando te sientes desdichado o desmazalado, parte del camino de salida de ese momento oscuro y angustiante radica en poder afirmar tu lugar como dador de Tzedaka, como aquel que sabe ayudar a los demás. Porque siempre hay alguien que la está pasando peor que tú, y mucho puedes contribuir tanto contigo mismo como con él, abriendo tu mano aun cuando la situación apremia.
Y porque si hay algo que las crisis nos enseñan, es que nos equivocamos profundamente si definimos la felicidad de nuestras vidas en función del dinero con el que contamos. Si la felicidad de nuestras vidas se equipara con nuestro dinero, entonces nuestras vidas se empobrecen de sentido, y nuestros espíritus carecen de toda santidad.
En esta noche de cambio en donde damos cuenta de todo lo que nos cuesta cambiar, debemos asumir el desafío de revisar nuestros paradigmas y de elegir aquellos que verdaderamente nos ayuden a vivir con mayor calidad.
Mi Ijie uMi Iamut… Quién vivirá y quién morirá.
El Unetane Tokef no solo habla de crisis económicas, sino que nos enfrenta a la dolorosa verdad de que todo tiene un tiempo, y que de ese tiempo ni nosotros ni nuestros seres queridos podemos escapar.
En este día de Iom Kipur, el Majzor nos invita una y otra vez a checar nuestras acciones y decisiones.
¿En qué vivimos invirtiendo nuestro tiempo?
¿Cuáles son las cosas que realmente nos importan?
¿Da nuestra agenda testimonio fiel de nuestros verdaderos intereses, o presos de lo urgente posponemos día tras día, semana tras semana, aquello que nos es realmente importante?
Iom Kipur y los textos que componen nuestras plegarias, son un llamado que nos recuerda que al final de los días, nadie llora amargamente por no haber pasado más tiempo en la oficina, y nadie reclama no haber sabido expandir más aun sus negocios o inversiones.
Iom Kipur y los textos que componen nuestras plegarias, son un llamado que nos recuerda que nuestras malas decisiones pueden dejarnos físicamente vivos, pero existencialmente solos, desfallecientes y abandonados.
Iom Kipur y los textos que componen nuestras plegarias, son por tanto un llamado que no solo nos pregunta si queremos vivir, sino que asimismo nos enfrenta al interrogante de qué tipo de vida queremos vivir.
En esta noche de cambio en donde damos cuenta de todo lo que nos cuesta cambiar, debemos asumir el desafío de revisar nuestros paradigmas y de elegir aquellos que verdaderamente nos ayuden a vivir con mayor calidad.
Adam Iesodo meAfar veSofo leAfar, nos dice el autor del Unetane Tokef, y de igual manera aparece esta idea con variaciones en varios lugares del Majzor. El hombre encuentra su comienzo en el polvo de la tierra, y encontrará su final en el polvo de la tierra.
Sabernos finitos, vulnerables y quebradizos como una frágil vasija de arcilla, es la figura poética a través de la cual nuestra tradición nos propone pensar nuestras metas y objetivos. O si quieren, retomando el cuento de los changos, nuestra tradición nos pregunta sobre qué pared se apoya la escalera de nuestras vidas, y cuáles son los plátanos que queremos alcanzar.
Porque mientras no sepamos que queremos en nuestras vidas, de nada servirá ascender por ninguna escalera.
Y porque mientras no tengamos en claro cuáles son los frutos que queremos alcanzar, poca utilidad tendrá la escalera con la que contemos, por más alta que esta nos pueda parecer.
En esta noche de cambio en donde damos cuenta de todo lo que nos cuesta cambiar, debemos asumir el desafío de revisar nuestros paradigmas y de elegir aquellos que verdaderamente nos ayuden a vivir con mayor calidad.
Pero, sinceramente, el cambio nos cuesta.
A cada uno de nosotros, sinceramente, nos cuesta cambiar.
A algunos de nosotros nos da miedo.
Y a otros nos da flojera, dejando en evidencia nuestra falta de voluntad.
Quisiéramos vivir en un mundo sin trastornos económicos, pero seguimos alimentando un sistema que tarde o temprano volverá a colapsar.
Quisiéramos vivir en una sociedad seria y responsable, pero no dudamos mucho cuando a un policía de tránsito una mordida le tenemos que dar.
Quisiéramos que nuestros hijos reciban educación judía, pero nosotros no abrimos el sidur, no leemos hebreo, no estudiamos Tora, ni propiciamos nuestro propio aprendizaje judaico de ninguna manera.
Quisiéramos vivir en una comunidad diferente, todos unidos y reconciliados, todos felices y como si nada hubiera pasado, pero cuando tenemos la posibilidad de aportar sembramos cizaña; y cuando se nos llama a la acción simplemente no hacemos nada.
Adam Iesodo meAfar veSofo leAfar. El hombre encuentra su comienzo en el polvo de la tierra, y encontrará su final en el polvo de la tierra.
El Majzor nos habla, nos insiste, nos reclama.
Porque aun cuando el final de todos nosotros será volver algún día al polvo de la tierra, grandes serán las diferencias entre quienes dedicaron su vida a sembrar los valores del compromiso, el respeto y la responsabilidad, y entre quienes apostaron por la apatía, por el egoísmo, y por la mediocridad.
Porque aun cuando el final de todos nosotros será volver algún día al polvo de la tierra, nadie recordará de la misma manera a quien haya apostado por el trabajo común que a quien se haya especializado en el fanatismo y en la degradación constante de las ideas de los demás.
Porque aun cuando el final de todos nosotros será volver algún día al polvo de la tierra, no será lo mismo haber pasado en este mundo como un menstch, como hombres proactivos que trabajaron por el bien de la propia comunidad, que haber dado cuenta sistemáticamente de que nunca dejamos de ser violentos changos amenazando con moler a palos a todo aquel que los frutos de su trabajo intente alcanzar.
Es por eso que la última enseñanza que quiero compartir con ustedes en esta noche de cambio en donde damos cuenta de todo lo que nos cuesta cambiar, remite a las primeras palabras del texto adjudicado a Rabi Amnon:
Unetane Tokef Kedushat haIom… Demos cuenta de la poderosa santidad de este día.
Si queremos cambiar, deberemos reconocer la santidad no solo de este momento, sino también la de todos los días del año en el desafío de marcar con nuestros actos las verdaderas diferencias.
Si queremos cambiar, deberemos entender que día a día se construyen los pequeños gestos y se gestan las pequeñas acciones que engrandecen y dan sentido a las buenas vidas.
Si queremos cambiar, deberemos reencontrarnos en la vocación de servicio y en la voluntad de repactar con madurez y compromiso con nuestros propios textos y tradiciones.
Si queremos cambiar, deberemos demostrarnos a nosotros mismos que tenemos la voluntad para poder hacerlo.
Si queremos cambiar, no tenemos más que empezar a cambiar.
Quiera Ds que este nuevo año sea un año de oportunidades.
Quiera Ds que este nuevo año nos traiga el bien a nosotros y a toda la humanidad.
Y quiera Ds iluminarnos e inspirarnos para poder cambiar siempre para mejor.
Que seamos inscriptos en el libro de vida plena, y que con nuestras acciones demos cuenta día a día de dicha plenitud.
Gmar Jatima Tova,
Rabino Joshua Kullock
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