Cuenta
la historia que Moishe estaba consternado porque con tantos pendientes se había
olvidado de comprarle un regalo de cumpleaños a Fortuna, su mujer (si, como
ven, y para que no se quejen: se trata de matrimonio entre ashkenazim y
sefaradim).
Cuenta
la historia que Fortuna, en lugar de quejarse y tirarle a su marido con lo
primero que tuviera al alcance de la mano, vio en el olvido de Moishe una
oportunidad. “Si a primera hora de mañana aparece en la puerta de casa algo que
vaya de 0 a 100 en menos de 2 segundos, estoy dispuesta a perdonarte,” le dijo
Fortuna a Moishe.
Cuenta
la historia que a la mañana siguiente Fortuna se levantó ansiosa. Se acercó
hasta la ventana de la sala y allí lo vio. Vio un paquete de tamaño
relativamente pequeño esperando en la puerta. Cuando finalmente lo abrió, en
lugar de las llaves del nuevo carro había una báscula último modelo para poner
en el baño.
Cuenta
la historia que en las noches de luna nueva (como hoy) si prestan atención
todavía se pueden escuchar los alaridos de Fortuna persiguiendo a Moishe con
una escoba.
Esta
historia nos muestra con un poco de humor algo que en realidad es bastante
preocupante: Muchas veces no nos entendemos entre nosotros. Nos cuesta comprender
lo que nos piden o reclaman y también nos cuesta hacernos entender. A veces
sentimos que no encontramos las palabras justas para explicar lo que nos pasa y
a veces estamos tan tapados de problemas que lo que menos queremos es ponernos
en los zapatos del otro. Con nuestros propios zapatos tenemos de sobra, y más
cuando parecen dos talles más chicos que lo habitual.
El
problema de la falta de comunicación nos atraviesa por todos lados. La brecha
generacional hace que padres e hijos se quieran pero que de ciertos temas no
puedan siquiera platicar. De igual manera somos testigos de hermanos y hermanas
que la vida fue separando y que tienen problemas para reconciliarse y volver a
dialogar. También vemos a esposos y esposas que luego de años de matrimonio ya
no encuentran de qué hablar y, aun en el amor que los une, prefieren dedicarse
a todo tipo de actividades, cada uno por separado. Si a esto le sumamos el tema
de la dependencia a teléfonos celulares, iPods y iPads, el problema es aún
mayor. Tanto que no hace mucho tiempo una compañía telefónica tailandesa
produjo un comercial cuyo lema era: Desconectarse para volver a conectarse.
Los
problemas comunicacionales de nuestros tiempos, como es de esperar, también
afectan nuestras relaciones con las instituciones: Sentimos que los partidos
políticos no nos representan y solemos afirmar que los gobernantes no escuchan
a nadie.
De
igual manera, a veces sentimos que la comunidad no nos entiende o nos parece
que nuestras inquietudes y necesidades son totalmente incompatibles con las de
la sinagoga o la gente que asiste a ella con regularidad.
Y
entonces llega Rosh haShana, y nuevamente nos congregamos, nos saludamos, nos
abrazamos, y nos disponemos a rezar con un libro que abrimos tres días al año
con el cual se supone que vamos a entablar un diálogo con Ds. En un mundo con
tantos problemas de comunicación, no deja de ser un verdadero desafío
conectarnos con Ds y con nuestra milenaria tradición en un idioma que por lo
general no conocemos y con el Majzor que casi nunca usamos. La parte positiva
de todo esto es que nuestra tradición parece ser una tradición optimista: Si
con tantos problemas de comunicación el judaísmo nos sigue desafiando a
recuperar la conexión con la comunidad, con nuestros semejantes y con Ds es
porque se trata de una tradición sumamente optimista y que nunca pierde las
esperanzas. De hecho, si todos estamos aquí en un día como hoy, supongo que al
menos en parte es porque también nosotros somos optimistas y no bajamos los
brazos ni renunciamos a nuestro judaísmo. No sólo somos los justos potenciales
sobre los que se sostienen los mundos que habitamos, sino que además somos
justos optimistas, lo cual es aun mejor. Ser optimistas siempre es bueno. Y
posiblemente en más de una oportunidad ese optimismo nos haya salvado, incluso
a base de malentendidos.
Hay
una historia que dice que hace muchos años, allá por la Edad Media, los
consejeros del Papa le recomendaron que desterrara a los judíos de Roma. Así
pues, se redactó el edicto que ordenaba a la comunidad judía abandonar la
ciudad en el plazo de tres semanas. Los judíos, sabedores de que en el resto de
Europa seguirían siendo maltratados, suplicaron al Papa que reconsiderara su
decisión. El Papa, que era un hombre ecuánime, les hizo una propuesta: Los
judíos debían elegir a alguien para que discutiera el asunto con él mismo en
público y, si salía victorioso del debate, los judíos podrían quedarse.
Los
judíos se reunieron a considerar la propuesta. Rechazarla implicaba el exilio
seguro, aunque debatir con el Papa no auguraba un buen final tampoco. Pero no
había remedio. Había que aceptar. El problema era que nadie quería cargar con
esta responsabilidad bajo sus hombros. Hasta que apareció el shamash, el
portero de la sinagoga, y se presentó como voluntario. A decir verdad, nadie
confiaba en el portero, pero no había de otra.
Cuando
llegó el día, la pequeña comitiva judía se presentó en la plaza San Pedro
frente a un imponente escenario, lleno de cardenales y multitud de obispos y
fieles que acompañaban al Papa. El Papa y el portero quedaron frente a frente,
y el debate comenzó.
El
Papa alzó un dedo hacia el cielo y trazó un amplio arco en el aire.
Inmediatamente,
el portero señaló con énfasis hacia el suelo.
El
Papa pareció quedar desconcertado. Entonces alzó nuevamente su dedo con mayor
solemnidad y lo mantuvo firmemente ante el rostro del portero.
Este,
a su vez, alzó tres dedos y los mantuvo con la misma firmeza frente al Papa, el
cual se asombró frente a semejante gesto.
El
Papa deslizó una de sus manos entre sus ropajes y extrajo una manzana.
El
portero, por su parte, y sin pensarlo dos veces, introdujo su mano en una bolsa
que llevaba consigo y sacó de allí una delgada torta de pan.
Fue
entonces que el Papa exclamó: El representante judío ha ganado el debate. Queda
revocado, pues, el edicto.
Los
dirigentes judíos rodearon al portero y se lo llevaron, mientras los cardenales
hacían lo propio con un Papa visiblemente consternado. “¿Qué ha sucedido, santo
padre?,” le preguntaron. “No hemos entendido nada.” El Papa respondió: “Ese
hombre es un teólogo brillante. Yo comencé señalando el cielo, dejando entender
que el universo le pertenece a Ds; él señaló hacia abajo, recordándome que
también existe el infierno, en donde gobierna el diablo. Entonces alcé mi dedo
indicando que Ds es uno. Pero imaginen mi sorpresa cuando lo vi alzar tres
dedos indicando que Ds se manifiesta en tres personas y suscribiendo entonces a
nuestra doctrina de la trinidad. Sabiendo que no podría vencerlo, intenté
desviar el debate hacia otro terreno y tomé la manzana, dando a entender que
los judíos están manchados por el pecado original. Pero, al instante, él sacó
una ostia, dándome a entender que de acuerdo con las enseñanzas del
cristianismo Jesús ya perdonó los pecados de toda la humanidad. Fue entonces
que me di cuenta que sería imposible vencerlo y di por terminado el debate.”
Para
entonces, los judíos habían regresado ya a su sinagoga. “¿Cómo lo venciste?,”
le preguntaron al shamash. A lo que el portero respondió: “Todo ha sido un
montón de tonterías. Primero, el Papa hizo un gesto con su mano para indicar
que todos los judíos teníamos que irnos de Roma. De modo que yo señalé para
abajo dándole a entender que de aquí no nos movíamos. Él me apuntó entonces con
el dedo diciéndome que no me haga el matón, y yo lo señalé a él con tres dedos
para que sepa que él era tres veces más matón que nosotros por haber ordenado
arbitrariamente nuestra expulsión. Fue entonces que lo vi sacar su almuerzo, y
yo hice exactamente lo mismo.”
¿Ven?
Ser optimistas siempre es bueno.
Sin
embargo, y volviendo a lo que decíamos antes, esto de recuperar el diálogo y la
conexión con quienes nos rodean es de aquellas cosas que se dicen fácil pero
que son difíciles de traducir en acciones concretas. Y de hecho, es un problema
que no es propiedad exclusiva de nuestros tiempos sino que parece ser tan viejo
como viejo es el mundo.
Si
prestaron atención a la lectura de la Haftara de esta mañana, habrán notado el
sufrimiento de Jana, y la poca empatía de todo su entorno. Jana quiere ser
madre y no puede. Y sufre por ello. Su vida se ha transformado en un calvario.
Y nadie la entiende. Elkana, su marido, piensa (y lo que es peor: se lo dice)
que los hijos no son necesarios porque con alguien como él ya es más que
suficiente para que Jana sea una mujer feliz. Pnina, la otra mujer de Elkana, y
quien ya ha sido madre, se regodea viendo a su competidora estéril. Y
Eli, el sacerdote, tampoco puede reconocer el dolor por el que atraviesa Jana
llegando incluso a regañarla por creer que estaba borracha. A Jana le pasa un
huracán por encima y nadie hace nada por ayudarla o por contenerla.
También
en la lectura de la Tora de mañana vamos a ver desconexión. Abraham camina al
lado de Itzjak, pero el texto no registra diálogo alguno. Durante los tres días
que duró el viaje entre Beer Sheva y Har haMoria, ninguno dice nada. Imaginen
ese silencio. Imaginen lo que debe sentirse el no tener nada de lo que hablar
con quien tienes al lado. Pero recuerden que no se trata de cualquier persona
sino de tu propio hijo, con quien no sólo no te comunicas sino que te preparas
para matarlo en el altar.
Entre
el Majzor y las lecturas elegidas por nuestros sabios para estos días de Rosh
haShana, nuestra tradición nos está diciendo algo. Nuestra tradición reconoce
que cada uno de nosotros puede tener momentos de desconexión, de pasar por
tiempos de dolor y soledad o de ver a los demás sufrir sin saber muy bien qué
hacer. Pero al mismo tiempo nuestra tradición elige mostrarnos estos textos y
estas historias para enseñarnos que es posible hacer las cosas de otra manera.
Rabi
Najman de Bretzlav solía decir que el valor de una persona no debe medirse en
relación a cuánto es lo que sabe ni qué tan puntilloso es en el cumplimiento de
las mitzvot. La
verdadera cuantía del hombre, el verdadero valor de un ser humano, se mide en
la cantidad de veces que tiene la voluntad de volver a empezar, de volver a
intentarlo.
En
esta noche de Rosh haShana, somos invitados a pensar en todas las personas con
las que nos hemos dejado de comunicar: nuestros amigos, nuestros padres,
nuestras parejas, nuestros hijos y nuestra comunidad.
En
esta noche, somos invitados a recordar aquellos momentos en los que sentimos que
no teníamos las herramientas para ayudar a quienes la estaban pasando mal, y a
renovar el desafío de poder estar junto a ellos o junto a otros, acompañándolos
en su dolor y fortaleciendo de esa manera los lazos que nos unen a ellos, lazos
que muchas veces no necesitan de la palabra justa sino del gesto apropiado.
En
esta noche, somos invitados a recuperar las palabras de Rabi Najman para no
bajar los brazos y volver a intentarlo. Que podamos con el inicio de este nuevo
año dar vuelta de página a todas aquellas situaciones tristes que nos han
alejado de nuestros seres queridos, pudiendo entonces dedicar nuestras energías
a reconciliarnos y volver a empezar. Es en ese espíritu que nuestra tradición
cree que los vínculos se pueden recuperar, que las heridas pueden finalmente
sanar.
¡Shana
Tova uMetuka!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario