Cuentan
que durante la visita a un asilo mental, uno de los visitantes se acercó al
director del establecimiento y le preguntó: “¿Cómo hacen ustedes para
determinar si una persona debe ser internada o no?”
“Mira,”
le respondió el director. “Lo que hacemos es lo siguiente: Llevamos al paciente
hasta el sector de los baños, llenamos una tina con agua templada, y luego le
ofrecemos a la persona una cucharita, una taza y un balde, pidiéndole que tenga
a bien vaciar la bañera.”
“Ahhhhh,
ya veo,” dijo el visitante, todo sonrisas y seguridad. “Una persona sana va a
usar el balde ya que es más grande que la taza o la cuchara.”
“No
señor,” le respondió el director. “Una persona sana optaría por quitar el tapón
de la tina. Así que dígame, ¿usted prefiere la cama que está al lado de la
ventana o la cama que se encuentra contra la pared?”
Vivimos
en un mundo plagado de opciones. Vamos al Súper y nos ofrecen catorce marcas de
jabón para la ropa, veintidós mermeladas distintas, y no sé cuántas cajas de
cereales diferentes.
Volvemos
a casa y nos encontramos con seiscientos canales de cable, los cuales, por
supuesto, nos parecen uno más aburrido que el otro. Nos sentamos en la
computadora y recibimos un sin fin de invitaciones para jugar a una docena de jueguitos
en Facebook. Antes era el Farmville; ahora es el Rumy, el Solitario, el Diamond
Dash, o hacer click para saber qué superhéroe voy a ser si reencarno en un
comic o qué clase de duende irlandés fui en alguna vida pasada.
Vivimos
en un mundo plagado de opciones, y no sólo que no nos gusta decidir, sino que
solemos ser bastante malos para ello. Conforme la cantidad de opciones se
incrementa, se nos hace aun más difícil poder elegir con perspectiva y
claridad. Tenemos tantas posibilidades que terminamos obnubilados. Es como que
se nos atraganta el cerebro y nos quedamos sin poder procesar la información. Nos
quedamos clavados en la cucharita, la taza y el balde y dejamos de ver que
puede haber otras opciones más sanas, como la del tapón. Con tantas opciones a disposición,
más de uno termina cerca de tener que elegir entre la cama de la ventana o la
cama contra la pared.
Es
por eso, por ejemplo, que el Rabino David Wolpe cree que elegimos marcas
favoritas. En lugar de tener que decidir una y otra vez qué leche comprar o qué
pan llevar a casa, nos inclinamos por una marca específica y nos ahorramos el
esfuerzo mental de evaluar lo que el Súper nos ofrece.
A
veces, por el contrario, lo que nos paraliza no son la multiplicidad de
productos ofrecidos, sino que simplemente no sabemos qué elegir. Cuando nos
enfrentamos con situaciones complicadas, no es raro que terminemos optando por
no hacer absolutamente nada.
Para
que se entienda un poco mejor lo que estoy diciendo, déjenme que les cuente lo
que pasa con la donación de órganos a nivel mundial: Si tienen chance de
estudiar el tema, van a ver que hay países que cuentan con una altísima
proporción de gente dispuesta a donar sus órganos, mientras que en otros los números
son bajísimos. A priori, podríamos creer que se trata de un tema cultural, que hay
países que tienen mayor conciencia social y países que no. Pero he aquí que naciones
que comparten una historia similar y que son vecinas, pueden mostrar una gran
diferencia en sus decisiones: En Austria, por ejemplo, el 100% de los
conductores son donantes, mientras que en Alemania sólo el 12% lo es. ¿Cómo
ven? ¿Puede haber tanta diferencia entre uno y otro? ¿Se les ocurre alguna
explicación que dé cuenta del fenómeno?
La
diferencia, créanlo o no, es increíblemente pequeña. Como ven, ese 88% que existe
entre austríacos y alemanes puede reducirse a dos letras, puede resumirse a la
palabra “no,” y a la forma en que están escritos los formularios que la gente
llena cuando va a sacar la licencia de conducir: Mientras que en los
formularios alemanes aparece escrito: “Si usted quiere donar sus órganos,
marque aquí,” en los formularios austríacos aparece escrito: “Si usted NO
quiere donar sus órganos, marque aquí.”
Lo
que vemos, nos enseña el profesor Dan Ariely, es que, siendo el tema de la
donación tan complejo y contradictorio, un formulario puede tener un tremendo
impacto en nuestra decisión porque, en un alto porcentaje, preferimos no elegir
y que otros decidan por nosotros.
Algunas
semanas atrás, leíamos en la Tora un pasaje que nos presenta a Moshé
diciéndoles a los hijos de Israel que Ds pone delante de cada uno de ellos,
delante de cada uno de nosotros, la bendición y la maldición. Aun más, Moshé le
aconseja al pueblo que elija la bendición y que elija la vida. Y uno lee y se
pregunta: ¿Acaso no es obvio que todos vamos a elegir la vida? ¿O ustedes
conocen a mucha gente que prefiere quedarse con la maldición dejando la
bendición para que la disfruten los otros?
Sin
embargo, a estas alturas creo que ya es evidente que en más de una oportunidad
cada uno de nosotros elije la maldición, o por lo menos elije mal. Todos
pasamos por momentos en los que, conscientes de ello o no, tomamos el camino
equivocado. Malas elecciones de pareja, de amistades, de profesión o de vocación
que a la larga terminan por mortificarnos la vida y amargarnos la existencia.
¿Por qué? ¿Por qué elegimos la maldición y hacemos oídos sordos a la bendición?
¿Por qué?
Dos
de las razones las acabo de decir: Una es la cantidad de opciones a la mano; la
otra es la complejidad que nos presentan algunos temas.
Pero
hay una tercera razón, tal vez más poderosa que las otras dos. Hay una tercera
razón que nos lleva a elegir mal y con torpeza. Y esa razón, esa tercera razón,
la más poderosa de todas las razones para elegir mal, es que no creemos en el
futuro.
No
creer en el futuro significa tomar decisiones nocivas hoy sin pensar en lo que
pueda pasar mañana. Piensen, por ejemplo, en el cigarro. A estas alturas,
varios de ustedes han padecido mis regaños cuando los veo fumar. Y no importa
si es un cigarro cada dos días o cada veinte minutos. El cigarro es quizá el
ejemplo más claro que se me ocurre para graficar esto de que no creemos en el
futuro (también podría pensar en los excesos con la comida, pero estando en Iom
Kipur no me parece una buena idea). Fumamos hoy porque somos inconscientes de
los efectos que el cigarro tendrá en nuestra salud mañana. Fumamos hoy porque
se nos hace muy difícil, tal vez imposible, imaginar cómo nuestro cuerpo
asimilará con el tiempo el daño progresivo que le generamos. Fumamos hoy porque
no hacerlo nos parece una tontería, porque total un cigarro no nos hará nada o
porque preferimos la calma que nos genera la nicotina a las complicaciones
respiratorias y de otro tipo que podamos tener – tal vez, siempre tal vez,
engañándonos a nosotros mismos con ese tal vez – más adelante. Como no creemos
en el futuro, terminamos eligiendo mal, y nos vamos maltratando en cómodas
cuotas, casi sin darnos cuenta.
Si
no fuman, piensen en la bebida. Si no beben, piensen en las drogas. Si no se
drogan, piensen en la adicción al trabajo. O en la infidelidad, las apuestas o
la necesidad de mantener cierto estatus frente a los demás cuando los ingresos
no son los que solían ser. En cada una de estas acciones hay una clara
manifestación de nuestra falta de fe en el futuro. En cada una de estas
acciones nos vamos lastimando sin siquiera prestar atención.
Es
muy interesante observar cómo nuestra falta de creencia en el futuro parte de
dos actitudes frente a la vida que parecerían contradictorias, pero que en
realidad son las dos caras de una misma moneda.
Por
un lado, no creemos en el futuro porque nos creemos inmortales e infalibles.
Vivimos el presente. Somos hijos de la inmediatez. Y nos convencemos de que
todo lo que decidimos es para bien y que siempre tenemos el control de lo que
nos está pasando. El ser humano es una máquina de inventar excusas que
justifiquen sus actos, cualquier tipo de actos. Es por eso que nos es tan difícil
cambiar vicios por virtudes. Siempre vamos a encontrar una buena razón para
justificarnos a nosotros mismos no hacer ningún tipo de deporte o haber
pospuesto una vez más el comienzo de la dieta (si, ya se, había dicho que no
iba a hablar de comida, pero ahí ven: un ejemplo más de lo difícil que es
cambiar). El punto es que siempre vamos a tener en nuestra caja de herramientas
personal una voz que nos dice que todas nuestras elecciones son buenas,
acallando las alarmas que puedan dispararse cuando hacemos las cosas mal.
Pero
por otro lado, no creemos en el futuro porque no tomamos suficientemente en
serio nuestras propias decisiones. Cuando alguien dice: “Sólo fumo un cigarro
por día,” lo que nos está diciendo es: No te preocupes, mi decisión de fumar es
nimia, es intrascendente, no va a tener ninguna consecuencia en el tiempo. Exactamente
lo mismo pasa cuando vamos dejándonos estar mientras vemos que nuestra casa
empieza a mostrar algunas grietas o fisuras, cuando deja ver algunos pequeños
desperfectos que deben ser arreglados pero que decidimos posponer para más
adelante. Cuando nos queremos acordar, la casa es una ruina y el trabajo que
requiere es mucho más complicado que lo que alguna vez fue. Cuando no creemos
en el futuro, la casa que con tanto sudor construimos se nos termina viniendo
indefectiblemente abajo.
Cuentan
que hace muchos años, Reb Iejiel se tomó unos días para ir a estudiar durante
Shavuot junto al gran Rabi Menajem Mendel de Kotzk. A su regreso, su suegro le preguntó:
“¿Nu? ¿Qué fue lo que estudiaste en tu visita a Kotzk?”
Reb
Iejiel respondió: “Como era Shavuot, nos pasamos el tiempo estudiando los Diez
Mandamientos.”
“Oooorale,”
le dijo su suegro con tantita malicia (y un marcado acento mexicano). “Mira qué
casualidad: Como aquí también era Shavuot, también nosotros nos la pasamos
estudiando los Diez Mandamientos. ¿Tan diferentes resultaron ser los
Mandamientos en Kotzk? ¿Tuvo sentido irte tan lejos de casa para estudiar lo
mismo que estudiamos aquí?”
Reb
Iejiel le respondió: “Fíjate nomás, mi estimadísimo suegro, que en Kotzk los
Diez Mandamientos son realmente diferentes.”
“¿Y
cómo es eso? si se puede preguntar,” preguntó el suegro.
Reb
Iejiel le explicó: “¿Qué aprendieron aquí sobre el Mandamiento que dice: ‘No
robarás’?”
“Possss…
Aprendimos exactamente lo que dice en la Tora: No debes tomar de otro hombre
aquello que no te pertenece,” respondió el suegro.
“Bueno,
he ahí la diferencia,” dijo Reb Iejiel. “Aquí aprendieron que ‘No robarás’
significa que no debemos tomar de otros. En Kotzk, el Rebe nos enseñó que
cuando la Tora dice ‘No robarás,’ eso quiere decir que no debes robarte a ti
mismo tampoco.”
Cada
vez que dejamos de creer en el futuro, terminamos por robarnos a nosotros
mismos. Cada vez que elegimos mal, y que no medimos las consecuencias de
nuestras decisiones, terminamos por quitarnos tiempo, por reducir a futuro nuestra
calidad de vida y por retacearnos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos
momentos que podrían ser tan preciosos como inolvidables.
Bajo
esta perspectiva, y en caso de que no tengamos ganas de que malas decisiones
pongan en riesgo todo lo bueno que hemos sabido ir construyendo a lo largo del
camino, es indispensable que nos animemos a cambiar. Culpar al destino por
aquellos malos hábitos que no sabemos o no queremos dejar, va en contra de los
ideales más nobles de nuestro pueblo. Porque así como Moshé nos enseñó que podemos
elegir la maldición, también nos enseñó que siempre tenemos la posibilidad de
encaminar nuestros pasos hacia el bien y la bendición. Y así como a veces nos
equivocamos en nuestras decisiones, así como a veces justificamos toda clase de
sinsentidos y así como a veces buscamos la manera de convencernos de que ser
apáticos y poco comprometidos, de comer, beber, fumar, drogarnos, olvidarnos de
los hijos, maltratar a nuestra familia o ser groseros con nuestros amigos en
realidad está bien y que la culpa igual siempre la tienen los demás, cuando
reconocemos todos estos trucos de la mente nos volvemos capaces de
sobreponernos a ellos y evitamos de esta manera caer siempre en la trampa.
Esto, justamente, es de aquello de lo que se trata Iom Kipur.
En
esta noche de Iom Kipur, en la que paradójicamente estamos rodeados de gente
querida pero nos encontramos más solos que nunca con nosotros mismos y con
nuestra propia conciencia, quiero invitarlos a que nos reconozcamos como seres
fallidos que no sólo pueden equivocarse sino que también suelen hacerlo.
En
esta noche de Iom Kipur, mientras intercambiamos gestos y miradas con los demás
siendo al mismo tiempo los únicos que sabemos con certeza lo que pasa en estos
momentos por nuestro corazón, quiero invitarlos a que tomemos consciencia de la
forma en que solemos excusarnos y a escuchar aquellas alarmas con las que
también estamos equipados para poder evadirnos del canto de las sirenas que siempre
buscan arrullarnos en un presente sin consecuencias por el que, tarde o
temprano, vamos a terminar pagando.
Pero
por sobre todas las cosas, en esta noche de Iom Kipur, en este día en el que
metafóricamente pareceríamos morir para volver a nacer y para volver a empezar,
quiero invitarlos a que juntos podamos creer en el futuro. Quiero invitarlos a
reconocer la importancia que tiene cada una de nuestras decisiones y a que reflexionemos
sobre lo mucho que podemos cambiar, reparar, mejorar y contribuir al bien
propio y al bien común cada vez que elegimos pensando en las repercusiones de
nuestros actos.
Creer
en el futuro es la única manera de crear el futuro, de construir un futuro que,
llegado el momento, podamos legar a quienes nos continúan en la tarea. A eso
somos llamados hoy, en esta noche de Kol Nidrei, y así también durante el resto
del año.
Que
en ese espíritu podamos animarnos a creer, a crecer y a crear.
Que
en ese espíritu seamos inscriptos para la vida, la bendición y el bien.
Y
que en ese espíritu podamos decidirnos a escribir con nuestros propios actos aquel
libro trascendente que ponga de manifiesto nuestro respeto por el pasado,
nuestro amor por el presente y nuestras aspiraciones hacia el futuro.
Gmar
Jatima Tova
Tzom
Kal
Rabino Joshua Kullock
No hay comentarios.:
Publicar un comentario