Iom Kipur - 5773 - Neila



8 y 18.
A estas alturas, yo sé que en esas dos cifras se encuentra el secreto de la felicidad de muchos. A estas alturas, yo sé que en esos tres números – 8, 1, 8 – se condensan todas las respuestas, los mensajes y los sentidos que están dispuestos a encontrarle a este día de Iom Kipur, a esta tarde de Neila.

8:18, ni un minuto más, será la hora en la que finalice el ayuno de esta jornada.

Ahora bien, ¿cuáles creen ustedes que son las respuestas, los mensajes y los sentidos de estas dos cifras? ¿Cuáles creen ustedes que son las respuestas, los mensajes y los sentidos de las 8 y 18?

Antes de contarles la respuesta, debo confesarles que este es un año especial. Lo que les voy a decir aplica muy pocas veces, muy esporádicamente. Si tomamos los últimos treinta años, esto pasó en 1982 y en el 2001. Si miramos a futuro, recién en el 2031, en Iom Kipur del año 5792, el ayuno va a terminar otra vez a las 8:18, al igual que hoy. Cuando el año que viene, por ejemplo, Iom Kipur termine 8:30, lo que tengo para decirles hoy ya no va a funcionar.

8 y 18, estas dos cifras que se conjugan con tanta ansiedad en la noche de hoy, reflejan los dos estadios sobre los que se articula todo el día de Iom Kipur. Y les explicó por qué:

8, en hebreo, se corresponde con la letra Jet, la cual suena igual que la palabra hebrea “transgresión” (aunque se escribe diferente). Por el contrario, el número 18, en hebreo, se dice Jai, y remite a la vida. 8 y 18, entonces, nos recuerdan el pasaje que tuvimos que hacer durante todo el día de hoy, de personas que reconocen sus faltas y errores a personas que apuestan por un nuevo comienzo, personas que no tienen miedo de volver a intentarlo, personas que regresan renovadas y plenas a vivir sus vidas con amor por aquello que hacen.

8 y 18, en consecuencia, reflejan también la constante tensión en la que nos encontramos siempre, durante todo el año:

Entre la transgresión y la vida.
Entre la maldición y la bendición.
Entre el egoísmo y la empatía.
Entre la falta de compromiso y la vocación de activar.
Entre elegir sin pensar en las repercusiones de nuestras acciones a creer en el futuro y a actuar en consecuencia.

Hay gente que nunca pasa de ser un 8. Y hay gente que logra con trabajo y a conciencia transformarse en un 18. Y todo eso lo aprendemos a poco de que termine este ayuno de Kipur cuando todavía las puertas del cielo están abiertas.

Ayer, durante Kol Nidrei, hablábamos sobre las decisiones, sobre nuestra dificultad para elegir, y sobre lo complicado que a veces nos resulta medir el alcance de aquello que decidimos. Mencionamos, ¡espero que se acuerden!, una cantidad de ejemplos concretos que mostraban de una u otra forma nuestra incapacidad para creer en el futuro en lo que refiere al ámbito personal.

Hoy, a poco de comenzar con Neila, quisiera aprovechar algunos minutos para hacer una traducción práctica de esta dificultad que tenemos para elegir, pero aplicado en esta oportunidad a lo que hace a nuestra vida en comunidad.

Porque así como somos buenos para encontrar la excusa perfecta para no hacer deporte, así también estamos preparados para convencer al mundo – y convencernos a nosotros mismos en particular – de que olvidarnos de la comunidad está bien y que si no es parte de nuestras prioridades, por algo será.

Así como somos buenos para minimizar los efectos en nuestra salud cuando fumamos un cigarro por día, así también solemos creer que si no venimos a tal o cual actividad no pasa nada, ya que la vida continúa y la institución también.

Ahora bien, creo que es importante subrayar que, al menos en una amplia mayoría, no solemos elegir este tipo de cosas por maldad o con mala intención. No somos mala gente. No elegimos mal con la intención de hacernos daño o de dañar a los demás. De hecho, lo que decíamos ayer es que muchas veces no somos siquiera conscientes de los alcances de nuestras propias decisiones. Y como no creemos, ni pensamos, ni nos imaginamos el futuro demasiado diferente a cómo vivimos hoy, entonces estamos seguros de que, al igual que nosotros, la comunidad existirá por siempre. Sólo que, al igual que nosotros, nada ni nadie suelen vivir para siempre.

Durante este último Shabat, mientras estudiábamos la Parasha antes de la lectura de la Tora, hablábamos de los últimos días de Moshe, y de su búsqueda incesante por procurar la continuidad de un proyecto de pueblo que se había iniciado años antes con el éxodo de Egipto, con la salida de aquel lugar que sólo era sinónimo de tzures y malos recuerdos para aquella congregación. Después de haber luchado durante tantos años por ser un pueblo libre, por volverse autónomos y ser autosustentables, nadie se podía dar el lujo de dejar que se hunda el barco por no saber asegurar la continuidad del proyecto más allá de las personas que en ese momento lo lideraban.

Aun así, si prestan atención, leer la Tora es dar cuenta del registro de un pueblo que siempre pareció ser más 8 que 18.
Moshe abría el Mar Rojo y el pueblo anhelaba regresar para morirse en Egipto.
Moshe procuraba maná para que no pasaran hambre y el pueblo pedía codornices y hablaba con nostalgia de los manjares que comían mientras eran esclavos del Faraón.
Moshe descendía con la Tora y el pueblo lo esperaba con el becerro de oro.
Vez tras vez nos encontramos con un pueblo que elige sistemáticamente mal, llegando incluso a poner en riesgo su propia continuidad. La Tora nos cuenta que Ds quiso borrar al pueblo de Israel de la tierra. Y si eso no pasó, fue porque Moshe nunca perdió las esperanzas. Moshe nunca dejó de interceder por el pueblo. Moshe nunca dejó de creer en el futuro compartido de la congregación. Y fue gracias a ello que Ds terminó por decirle a Moshe: “Salajti kidvareja, los perdoné como me lo pediste,” misma frase que no por casualidad entonamos ayer luego de recitar el Kol Nidrei.

Sobre el final de sus días, Moshe no pudo ingresar en la Tierra Prometida, pero sí pudo verla desde la cima de la montaña. En un nivel, la Tora nos habla de geografía: Moshe vio la tierra, sus montes, sus campos, sus ríos y el Mediterraneo en el horizonte.
Pero en otro nivel, la Tora nos habla en términos de la existencia: Lo que vio Moshe no fue solamente el territorio, sino que, en aquel momento, Moshe supo que llegaría el día en el que el pueblo decidiera dejar de ser un 8 para pasar a ser un 18. Moshe supo que llegaría el día en el que el pueblo habría de abrazar todo su potencial, accediendo de esta manera a la promesa con la que cada uno de nosotros nace, la promesa que se hace acto cuando trabajamos a conciencia por la construcción de la mejor versión de nosotros mismos y de los grupos en los que habitamos.

Muchos años después de Moshe, cuando a poco de comenzar con la Neila detenemos nuestros ojos en nuestro presente personal y comunitario, yo les quiero contar que me siento optimista. Yo les quiero contar que también veo que de nosotros depende cumplir con la promesa de hacer de nuestra kehila una tierra prometida.

En esta noche, les quiero contar que veo una comunidad, veo un grupo fuerte, de gente comprometida.
Veo, por ejemplo, una comunidad que, incluso con pocos miembros, puede leer todas las aliot de Rosh haShana y Iom Kipur sin depender del rabino para ello, refrendando con acciones concretas el amor que sienten por la Tora.
Veo una comunidad que se levanta pronta para abrazar a uno de sus jóvenes cuando toca el Shofar mientras los ojos de todos se llenan de lágrimas y de emoción.
Veo jóvenes que conocí cuando todavía eran niños, que demuestran su cariño por la comunidad y por su judaísmo encontrando el tiempo en sus agendas nutridas para preparar sus lecturas.
Veo padres y madres que traen cada semana a sus hijos a nuestra escuela de Talmud Tora, que se emocionan cuando ven a sus niños aprender las tradiciones de nuestro pueblo y que se sienten plenos cuando sus hijos empiezan a cantar parte de los rezos del Sidur durante las mañanas de Shabat frente a todo el minian.
Veo señoras que cortan listones, que llenan licoreras de miel y que trabajan para que cada quien reciba sus presentes para Rosh haShana en tiempo y forma.
Y veo dirigentes jóvenes que, incluso con el desgaste que conlleva la gestión, siguen transpirando y haciendo todo lo que se encuentra en sus manos para que la institución funcione durante todo el año, llueve, truene o se vaya la luz.

Veo todo esto y sé que si nos lo proponemos podemos ser un 18, podemos ser una comunidad viva y vibrante, orgullosa de sí misma.
Veo todo esto y se los cuento, porque sé que no todos estamos en el mismo renglón, pero sé que todos podemos estarlo.
Veo todo esto y se los cuento porque sé que no todos se sienten tan optimistas, sé que no todos pueden ver lo mismo que yo, y, al menos hoy, no quería dejar pasar este momento tan especial del año sin intentar contagiarles mi sensación de esperanza e inspiración frente a todo lo bueno que sí ocurre en nuestra comunidad.

Falta poco para las 8:18.
Cada vez menos.
Pensemos en qué ciclos deben cerrarse para que otros puedan comenzar.
Reflexionemos sobre aquellas elecciones del pasado que ya no nos tienen por qué condenar ni condicionar.

Que en estos últimos momentos de plegaria y oración, podamos rezar unidos como comunidad, en la esperanza de que cuando el ayuno termine y la vida regrese a su curso cotidiano, seamos capaces de revisar nuestras decisiones, y de animarnos a ser la mejor versión de nosotros mismos en la kehila que nos merecemos.

Que seamos inscriptos y rubricados en el libro de la vida.
Gmar Jatima Tova!
Rabino Joshua Kullock

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