BH
(Basado en una idea de Mori veRabi Eduardo Waingortin)
Las últimas semanas del año que acaba de concluir nos enfrentaron con la inseguridad y la desconfianza de una de las crisis financieras más profundas que hemos conocido en los últimos 100 años. Esta crisis, que comenzó en los Estados Unidos, está afectando no solo a los bancos y bolsas de valores norteamericanas, sino a toda la red bancaria mundial. Por citar dos ejemplos locales, la Bolsa Mexicana de Valores lleva en este mes una pérdida acumulada de más del 3% (15,54% en términos anuales), y el Peso Mexicano que hace exactamente un mes cotizaba a 10.15, hoy ya llegó nuevamente a los 11.
Las épocas de crisis nos inquietan y perturban. Nos es difícil dormir en paz, o encontrar la calma y la seguridad con la cual solemos encarar nuestros compromisos cotidianos. En este sentido, la crisis financiera que estamos viviendo no es sino un ejemplo más de las crisis que van surcando cada una de nuestras vidas.
Estoy seguro que muchos de los aquí presentes ha experimentado la crisis de ver a un ser querido enfermar, teniendo que acompañarlo en momentos de dolor y sufrimiento, tanto físico como espiritual.
Estoy seguro que muchos de los aquí presentes se han enfrentado con la fragilidad de la vida que se manifiesta en el propio cuerpo, el cual no siempre responde como uno quisiera.
Estoy seguro que muchos de los aquí presentes se han preguntado a lo largo de este año sobre el sentido de sus propias vidas, sobre aquello que será su legado y su memoria, y que viven o vivieron la crisis de no siempre poder darle a esas preguntas, una respuesta significativa.
Las crisis, tanto globales como personales, van de una u otra manera surcando nuestras vidas, y a medida que se van presentando, nos van marcando, tanto por la intensidad del momento, como por las respuestas que nosotros articulamos. Aquellos que no sepan o que no puedan responder, posiblemente terminen presos de la angustia o la depresión; aquellos que puedan encontrar respuestas, posiblemente se verán fortalecidos una vez que pase la tormenta.
Es en este contexto que quiero compartir con ustedes en esta noche una anécdota sobre una importante crisis que azotó a la Ciudad de México 23 años atrás. Cuenta esta historia que cuando el 20 de Septiembre comenzó a temblar la capital de la República, una turista brasilera – a quien nunca se le había movido el piso – empezó desesperadamente a buscar ayuda.
Cuando todo comenzó a temblar, esta mujer le preguntó a una señora: “¿Qué debo hacer?” a lo que la mujer le contestó: “¡Rezar, m’hijita, rezar!” La pobre mujer preguntó de nuevo: “Pero además de rezar, ¿qué es lo que debo hacer?” Fue entonces que otra mujer la tomó del brazo, la guió debajo de una viga, y le dijo lo que ella necesitaba escuchar: “Cuando la tierra tiembla, hay que alejarse de los vidrios y buscar un lugar seguro: una viga, una columna, o el marco de una puerta.”
Me parece que la anécdota de esta mujer bien puede ser aplicada a cómo cada uno de nosotros vive su vida. Siendo que la vida nos va presentando constantes desafíos, y que la estabilidad es simplemente la ficción de ir brincando de escenario en escenario, las lecciones que podemos aprender de la frase de la sabia señora, devienen esenciales al comenzar un nuevo año.
Los invito entonces, en esta primera noche del año, a profundizar juntos en algunas de estas lecciones:
La lección número uno dice: “cuando la tierra tiembla, aléjate de los vidrios.” Para vivir vidas plenas de sentido, es imperativo saber alejarse de todo aquello que puede lastimarnos. ¿Cuáles son, me pregunto entonces, los vidrios que atentan contra nuestras vidas?
Uno de los vidrios que constantemente nos hace mucho daño es el vidrio de no saber sostener en acciones lo que predicamos con la palabra. Cada vez que nos comprometemos a hacer algo y luego no sabemos o no podemos cumplirlo, no solo lastimamos a aquellos con los que nos comprometimos, sino que también lastimamos la confianza que ellos pueden tener y depositar en nosotros.
Otro vidrio que nos lastima y amenaza es el vidrio del rencor. ¿Cuántas veces nos ocurre que no sabemos perdonar? ¿Cuántas veces nos pasa que no sabemos dejar el pasado atrás, y ese pasado se transforma en una pesada carga que no nos deja vivir el presente y nos desconecta de todo lo demás? Cuando nuestra vida se carga de rencor, nos anclamos en un eterno pasado que no nos permite disfrutar del presente. Cuando lo único que queremos es ver lo mal que lo pasan aquellos que nos ofendieron, nuestras vidas se transforman en la generación constante de una energía destructiva en donde los más perjudicados somos nosotros.
También la práctica del Lashon haRa es un vidrio que puede cortarnos y lastimarnos seriamente. Porque si dedicamos un gran porcentaje de nuestro día a hablar mal de los demás, lo único que terminaremos haciendo es aislarnos de todos y de todo. Ya que aun cuando muchos podamos (aunque no debamos) caer en la tentación de escuchar algún chisme, a fin de cuentas nadie disfruta de estar acompañado por personas que todo el tiempo hablan mal, difaman al prójimo, y hacen de este tipo de embustes su único tema de conversación. Al igual que con el rencor y con la incongruencia entre lo que decimos y lo que sostenemos en la acción, cuando hacemos Lashon haRa no solo lastimamos al prójimo, sino que terminamos lastimando la confianza y los vínculos que generamos con aquellos que nos rodean y acompañan. Esos vidrios no solo nos lastiman, sino que también cortan y recortan nuestro espacio social, hasta que finalmente nos terminamos quedando solos.
De manera similar, la asimilación y la apatía son vidrios que nos amenazan, y que en nada ayudan a que nuestras vidas dejen de temblar. Los vicios y los excesos, ya sean con la comida o la bebida, con el cigarro o las horas de más que pasamos trabajando a costa de nuestras familias, atentan todos ellos contra nosotros y contra la calidad de las vidas que llevamos.
Por todo esto vale la pena recordar la segunda de las lecciones de la anécdota que hace algunos minutos compartí con ustedes: “cuando la tierra tiembla, busca un lugar seguro.” Para vivir vidas plenas de sentido, no solo es necesario alejarse de los vidrios; también es fundamental saber donde encontrar refugio y resguardo. ¿Y cuáles son esos refugios? ¿Cuáles son, me pregunto yo, las vigas que pueden servir como sostén en tiempos de crisis?
Saber que nuestras vidas tienen sentido es la primera gran viga que tenemos que aprender a reconocer para luego poder abrazar. Saber que de nuestras acciones y elecciones se va construyendo la vida que vivimos, puede ser la brújula que nos permita encaminarnos con pasos firmes y seguros, sin desesperarnos en el camino, y sin desesperanzarnos cuando los resultados no se dan todo lo rápido que nosotros quisiéramos.
Nuestras familias son otra viga que nos sostiene y da fuerzas en todo momento. Una relación de pareja saludable, en la que hombre y mujer se miran y construyen el vínculo a partir de la confianza y el amor que los une, ayuda a que la propia tierra tiemble menos. Una relación sana y fuerte con nuestros hijos y nietos, nos dará la calma y la certeza de saber que estamos haciendo las cosas bien, que hemos sabido construir familia, y que siempre estaremos rodeados por nuestros seres más queridos. En este sentido, vale la pena recordar aquí lo importante que sería reparar aquellas familias que se han roto en los últimos tiempos, sabiendo lo bien que le hace al alma ver cómo los hermanos aprenden a sentarse y compartir nuevamente la misma mesa y el mismo pan.
Nuestra comunidad también es una viga que nos protege y acompaña. Sostener y habitar el espacio institucional, llenar de vida las paredes de nuestra comunidad, son formas de reforzar lazos, generar nuevos vínculos, y encontrarnos con otras personas con las que poder compartir intereses e inquietudes. En tiempos en que las crisis nos aíslan, la comunidad puede ser el espacio para sumar voluntades y potenciar nuestras energías, en pos de proyectos e ideas que reflejen la forma en la que queremos vivir nuestras vidas.
Por último, aunque podría seguir nombrando algunas vigas más, creo que no podemos dejar de mencionar esta noche la viga del Judaísmo, la viga de la Tradición de Israel. Porque cuando la vida te parece un torbellino que no cesa, cuando las crisis te hacen perder el sentido y la orientación, y la desconfianza se transforma en miedo y desazón, la Tradición Judía que se vive en tu casa, con tu familia y en comunidad, puede erigirse como el marco que te ofrece una estructura con un camino a seguir. Al estudiar los textos de tu tradición, al rezar en el idioma del pueblo de Israel, o al practicar las mitzvot de kashrut, tzedaka, bikur jolim o guemilut jasadim, lo que haces es reforzar tu propia identidad, afirmándote en la cadena milenaria de nuestro pueblo, encontrando sentido en el pasado común, y mirando hacia delante en pos de un futuro compartido. Y al afirmarnos, la tierra tiembla menos; al asentarnos, las crisis ya no nos pueden hacer tanto daño.
En este nuevo año, somos invitados a alejarnos de los vidrios que nos lastiman para elegir las vigas y cimientos sobre los que queremos construir nuestras vidas. En este nuevo año, somos llamados a la reflexión, para poder entonces decidir sabiamente sobre cuáles son las cosas en las que queremos dedicar nuestras mejores energías, y cuáles son las cosas de las que definitivamente nos debemos alejar.
Que podamos elegir la vida,
Que podamos elegir la bendición,
Y que este año, sea un año de najes y de realización,
Que tengamos todos Shana Tova uMetuka!
Rabino Joshua Kullock
(Basado en una idea de Mori veRabi Eduardo Waingortin)
Las últimas semanas del año que acaba de concluir nos enfrentaron con la inseguridad y la desconfianza de una de las crisis financieras más profundas que hemos conocido en los últimos 100 años. Esta crisis, que comenzó en los Estados Unidos, está afectando no solo a los bancos y bolsas de valores norteamericanas, sino a toda la red bancaria mundial. Por citar dos ejemplos locales, la Bolsa Mexicana de Valores lleva en este mes una pérdida acumulada de más del 3% (15,54% en términos anuales), y el Peso Mexicano que hace exactamente un mes cotizaba a 10.15, hoy ya llegó nuevamente a los 11.
Las épocas de crisis nos inquietan y perturban. Nos es difícil dormir en paz, o encontrar la calma y la seguridad con la cual solemos encarar nuestros compromisos cotidianos. En este sentido, la crisis financiera que estamos viviendo no es sino un ejemplo más de las crisis que van surcando cada una de nuestras vidas.
Estoy seguro que muchos de los aquí presentes ha experimentado la crisis de ver a un ser querido enfermar, teniendo que acompañarlo en momentos de dolor y sufrimiento, tanto físico como espiritual.
Estoy seguro que muchos de los aquí presentes se han enfrentado con la fragilidad de la vida que se manifiesta en el propio cuerpo, el cual no siempre responde como uno quisiera.
Estoy seguro que muchos de los aquí presentes se han preguntado a lo largo de este año sobre el sentido de sus propias vidas, sobre aquello que será su legado y su memoria, y que viven o vivieron la crisis de no siempre poder darle a esas preguntas, una respuesta significativa.
Las crisis, tanto globales como personales, van de una u otra manera surcando nuestras vidas, y a medida que se van presentando, nos van marcando, tanto por la intensidad del momento, como por las respuestas que nosotros articulamos. Aquellos que no sepan o que no puedan responder, posiblemente terminen presos de la angustia o la depresión; aquellos que puedan encontrar respuestas, posiblemente se verán fortalecidos una vez que pase la tormenta.
Es en este contexto que quiero compartir con ustedes en esta noche una anécdota sobre una importante crisis que azotó a la Ciudad de México 23 años atrás. Cuenta esta historia que cuando el 20 de Septiembre comenzó a temblar la capital de la República, una turista brasilera – a quien nunca se le había movido el piso – empezó desesperadamente a buscar ayuda.
Cuando todo comenzó a temblar, esta mujer le preguntó a una señora: “¿Qué debo hacer?” a lo que la mujer le contestó: “¡Rezar, m’hijita, rezar!” La pobre mujer preguntó de nuevo: “Pero además de rezar, ¿qué es lo que debo hacer?” Fue entonces que otra mujer la tomó del brazo, la guió debajo de una viga, y le dijo lo que ella necesitaba escuchar: “Cuando la tierra tiembla, hay que alejarse de los vidrios y buscar un lugar seguro: una viga, una columna, o el marco de una puerta.”
Me parece que la anécdota de esta mujer bien puede ser aplicada a cómo cada uno de nosotros vive su vida. Siendo que la vida nos va presentando constantes desafíos, y que la estabilidad es simplemente la ficción de ir brincando de escenario en escenario, las lecciones que podemos aprender de la frase de la sabia señora, devienen esenciales al comenzar un nuevo año.
Los invito entonces, en esta primera noche del año, a profundizar juntos en algunas de estas lecciones:
La lección número uno dice: “cuando la tierra tiembla, aléjate de los vidrios.” Para vivir vidas plenas de sentido, es imperativo saber alejarse de todo aquello que puede lastimarnos. ¿Cuáles son, me pregunto entonces, los vidrios que atentan contra nuestras vidas?
Uno de los vidrios que constantemente nos hace mucho daño es el vidrio de no saber sostener en acciones lo que predicamos con la palabra. Cada vez que nos comprometemos a hacer algo y luego no sabemos o no podemos cumplirlo, no solo lastimamos a aquellos con los que nos comprometimos, sino que también lastimamos la confianza que ellos pueden tener y depositar en nosotros.
Otro vidrio que nos lastima y amenaza es el vidrio del rencor. ¿Cuántas veces nos ocurre que no sabemos perdonar? ¿Cuántas veces nos pasa que no sabemos dejar el pasado atrás, y ese pasado se transforma en una pesada carga que no nos deja vivir el presente y nos desconecta de todo lo demás? Cuando nuestra vida se carga de rencor, nos anclamos en un eterno pasado que no nos permite disfrutar del presente. Cuando lo único que queremos es ver lo mal que lo pasan aquellos que nos ofendieron, nuestras vidas se transforman en la generación constante de una energía destructiva en donde los más perjudicados somos nosotros.
También la práctica del Lashon haRa es un vidrio que puede cortarnos y lastimarnos seriamente. Porque si dedicamos un gran porcentaje de nuestro día a hablar mal de los demás, lo único que terminaremos haciendo es aislarnos de todos y de todo. Ya que aun cuando muchos podamos (aunque no debamos) caer en la tentación de escuchar algún chisme, a fin de cuentas nadie disfruta de estar acompañado por personas que todo el tiempo hablan mal, difaman al prójimo, y hacen de este tipo de embustes su único tema de conversación. Al igual que con el rencor y con la incongruencia entre lo que decimos y lo que sostenemos en la acción, cuando hacemos Lashon haRa no solo lastimamos al prójimo, sino que terminamos lastimando la confianza y los vínculos que generamos con aquellos que nos rodean y acompañan. Esos vidrios no solo nos lastiman, sino que también cortan y recortan nuestro espacio social, hasta que finalmente nos terminamos quedando solos.
De manera similar, la asimilación y la apatía son vidrios que nos amenazan, y que en nada ayudan a que nuestras vidas dejen de temblar. Los vicios y los excesos, ya sean con la comida o la bebida, con el cigarro o las horas de más que pasamos trabajando a costa de nuestras familias, atentan todos ellos contra nosotros y contra la calidad de las vidas que llevamos.
Por todo esto vale la pena recordar la segunda de las lecciones de la anécdota que hace algunos minutos compartí con ustedes: “cuando la tierra tiembla, busca un lugar seguro.” Para vivir vidas plenas de sentido, no solo es necesario alejarse de los vidrios; también es fundamental saber donde encontrar refugio y resguardo. ¿Y cuáles son esos refugios? ¿Cuáles son, me pregunto yo, las vigas que pueden servir como sostén en tiempos de crisis?
Saber que nuestras vidas tienen sentido es la primera gran viga que tenemos que aprender a reconocer para luego poder abrazar. Saber que de nuestras acciones y elecciones se va construyendo la vida que vivimos, puede ser la brújula que nos permita encaminarnos con pasos firmes y seguros, sin desesperarnos en el camino, y sin desesperanzarnos cuando los resultados no se dan todo lo rápido que nosotros quisiéramos.
Nuestras familias son otra viga que nos sostiene y da fuerzas en todo momento. Una relación de pareja saludable, en la que hombre y mujer se miran y construyen el vínculo a partir de la confianza y el amor que los une, ayuda a que la propia tierra tiemble menos. Una relación sana y fuerte con nuestros hijos y nietos, nos dará la calma y la certeza de saber que estamos haciendo las cosas bien, que hemos sabido construir familia, y que siempre estaremos rodeados por nuestros seres más queridos. En este sentido, vale la pena recordar aquí lo importante que sería reparar aquellas familias que se han roto en los últimos tiempos, sabiendo lo bien que le hace al alma ver cómo los hermanos aprenden a sentarse y compartir nuevamente la misma mesa y el mismo pan.
Nuestra comunidad también es una viga que nos protege y acompaña. Sostener y habitar el espacio institucional, llenar de vida las paredes de nuestra comunidad, son formas de reforzar lazos, generar nuevos vínculos, y encontrarnos con otras personas con las que poder compartir intereses e inquietudes. En tiempos en que las crisis nos aíslan, la comunidad puede ser el espacio para sumar voluntades y potenciar nuestras energías, en pos de proyectos e ideas que reflejen la forma en la que queremos vivir nuestras vidas.
Por último, aunque podría seguir nombrando algunas vigas más, creo que no podemos dejar de mencionar esta noche la viga del Judaísmo, la viga de la Tradición de Israel. Porque cuando la vida te parece un torbellino que no cesa, cuando las crisis te hacen perder el sentido y la orientación, y la desconfianza se transforma en miedo y desazón, la Tradición Judía que se vive en tu casa, con tu familia y en comunidad, puede erigirse como el marco que te ofrece una estructura con un camino a seguir. Al estudiar los textos de tu tradición, al rezar en el idioma del pueblo de Israel, o al practicar las mitzvot de kashrut, tzedaka, bikur jolim o guemilut jasadim, lo que haces es reforzar tu propia identidad, afirmándote en la cadena milenaria de nuestro pueblo, encontrando sentido en el pasado común, y mirando hacia delante en pos de un futuro compartido. Y al afirmarnos, la tierra tiembla menos; al asentarnos, las crisis ya no nos pueden hacer tanto daño.
En este nuevo año, somos invitados a alejarnos de los vidrios que nos lastiman para elegir las vigas y cimientos sobre los que queremos construir nuestras vidas. En este nuevo año, somos llamados a la reflexión, para poder entonces decidir sabiamente sobre cuáles son las cosas en las que queremos dedicar nuestras mejores energías, y cuáles son las cosas de las que definitivamente nos debemos alejar.
Que podamos elegir la vida,
Que podamos elegir la bendición,
Y que este año, sea un año de najes y de realización,
Que tengamos todos Shana Tova uMetuka!
Rabino Joshua Kullock
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