BH
“Yo suelo regresar eternamente al eterno regreso.” Así comienza Jorge Luis Borges uno de sus tantos cuentos. Y en algún sentido tiene razón, ya que el motivo del Eterno Retorno vuelve una y otra vez en la obra de este afamado autor.
Y regresar eternamente al eterno regreso es lo que han hecho muchas sociedades durante toda la historia. El “Mito del Eterno Retorno” fue el término que utilizó Mircea Eliade para referirse a la ciclicidad con la que diferentes calendarios culturales intentan regresar al espacio mítico de la creación del mundo. “El hombre no hace más que repetir el acto de la Creación” – escribe Eliade. “Su calendario religioso conmemora, en el espacio de un año, todas las fases cosmogónicas que ocurrieron ab origine. De hecho, el año sagrado repite sin cesar la Creación, el hombre es contemporáneo de la cosmogonía y de la antropogonía, porque el ritual lo proyecta a la época mítica del comienzo […] El sabat judeocristiano es también una imitatio Dei. El descanso del sabat reproduce el acto primordial del Señor, pues el séptimo día de la Creación fue cuando Ds ‘reposó de todas las obras que había hecho.’”
En esta noche en la que volvemos a celebrar un nuevo aniversario de la Creación del Mundo, también recordamos que Adán y Eva fueron no solo los primeros mortales, sino que asimismo fueron los primeros mortales que luego de la expulsión del Gan Eden, añoraron por mucho tiempo retornar a ese paraíso perdido.
Imaginemos un momento aquella situación: luego de haber vivido años y años en un ambiente que tenía de todo y que todo se les daba servido sin tener que desgastarse o sudar, sin tener que sufrir o trabajar, Adán y Eva pasaron a vivir en un tiempo y espacio en los cuales los años se iban sintiendo en los cuerpos que se avejentaban y la tierra no daba nada si antes el hombre y la mujer no daban de su tiempo y esfuerzo para labrarla y trabajarla. De ser los receptores por excelencia, Adán y Eva tuvieron que aprender a dar. Pero como todos sabemos, aprender a dar y ofrendar puede tomar su tiempo, y es por eso que la nostalgia de volver al paraíso del solo recibir no sólo se manifestó en la primera pareja de la historia, sino también en las generaciones sucesivas… llegando incluso hasta el día de hoy.
Mientras que la posibilidad de reencarnar un pasado mítico o histórico a partir de la ritualización canalizada en las festividades del año me parece algo sumamente importante para la construcción de una memoria colectiva basada en relatos y valores comunes, creo que la tendencia a vivir añorando los paraísos perdidos puede ser nociva y hasta peligrosa.
Esa extraña idea de que “todo tiempo pasado fue mejor” no solo afectó las vidas de Adán y Eva, sino que también nos afecta a muchos de nosotros.
Esta tendencia fue por momentos tan fuerte, que todo un movimiento filosófico se estructuró detrás de los principios de estas ideas. El Romanticismo, fue un movimiento cultural, filosófico y político que surgió en Europa en el Siglo XVIII, y que entre sus postulados principales se encontraba la exaltación radical de un pasado que al parecer podía ofrecernos todas las soluciones necesarias para cambiar el presente. Si el pasado siempre fue mejor, entonces no habría más que mirar hacia él y aplicar las respuestas de ayer para resolver las preguntas de mañana.
En nuestra tradición, el motivo de “todo tiempo pasado fue mejor” aparece ya en el Talmud, en donde podemos leer:
“Rab Zeira dijo en nombre de Rab Zimuna: Si los primeros sabios eran hijos de ángeles, nosotros somos hijos de hombres; y si los primeros sabios eran hijos de hombres, nosotros somos como asnos, y ni siquiera como los asnos de Rabi Janina ben Dosa y Rabi Pinjas ben Iair, sino asnos ordinarios” (Shabat 112b)
Textos como estos fueron sumándose para acuñar, ya en el comienzo de la Edad Media, la idea de que las generaciones de Moshe en adelante van declinando indefectiblemente en su nivel, tanto en términos intelectuales como ético-morales.
Si nuestros antepasados fueron gigantes, y nosotros simples mortales, siempre miraremos al pasado como horizonte nostálgico de lo bien que les iba a ellos, y lo mal que nos va a nosotros. Si ellos fueron hombres de bien, y nosotros no calificamos ni siquiera como asnos de categoría, es casi cosa del destino que estamos destinados a fracasar y estrellarnos. Y justamente por todo esto, antes les decía lo peligroso y nocivo que podía ser esta tendencia de querer recuperar los perdidos e imaginarios paraísos de antaño.
Cuando nuestros ojos se posan exclusivamente en el pasado desde una perspectiva que añora lo que ya pasó, caemos en la trampa de comparar nuestra vida real, aquello que nos pasa hoy en día, con los recuerdos (ya sean nuestros o ajenos) de un pasado ilusorio y holográfico. Cuando partimos de la base de querer retornar al paraíso, lo que finalmente hacemos es desgastarnos y abandonar la tarea, ya que nunca podremos recuperar aquello que en realidad nunca existió.
Creer que “todo tiempo pasado fue mejor” no solo nos frustra, sino que en segunda instancia se erige como mecanismo de defensa que nos lleva a no comprometernos con el presente, y menos que menos a involucrarnos en la construcción de nuestro futuro.
Que nadie se confunda: el pasado es muy importante para saber de donde venimos y cual es la historia y la memoria que nos unen y nos fortalecen. Pero como ya supo decir Elie Wiesel el día que recibió el Premio Nobel de la Paz: “Lo contrario del pasado no es el futuro, sino la ausencia de futuro.”
Un pueblo sin futuro, tarde o temprano termina sacrificando su propio pasado. Una comunidad que no mira hacia adelante, tarde o temprano se termina quedando ciega. Cualquiera de nosotros que no sepa o que no pueda establecer cuales son sus propias metas y objetivos en el corto, mediano y largo plazo, finalmente terminará sin saber a ciencia cierta adonde está parado… aquella persona finalmente terminará perdida y desorientada, sin saber hacia dónde ir, qué hacer, o a quién acudir.
En esta noche de Rosh haShana, y a diferencia de quienes pretenden afirmar que el tiempo pasado siempre ha sido mejor, los invito a que cambiemos nuestra forma de pensar, para poder entre todos aceptar el desafío de saber que a la hora de la hora somos nosotros (y nadie más que nosotros) los que en nuestro hacer le damos a nuestra generación mayor o menor vuelo respecto a lo ocurrido en épocas pasadas. Somos nosotros, en cada una de nuestras elecciones, los que determinamos cuál es el sentido de nuestras vidas. Somos nosotros, los que hoy decidimos cómo queremos ser recordados el día de mañana.
Y así como ocurre con nosotros, ocurre con nuestra comunidad. En la noche de hoy (y durante el resto del año) podemos elegir abrazar una visión romántica de una comunidad que ya no está más, que ya no es más que otro paraíso perdido, y que no podremos recuperar, o podemos decidir comprometernos con la construcción de una comunidad fuerte y sustentable en presente continuo, a partir de la participación en las actividades socioculturales, a partir de la presencia en los rezos, o a partir del estudio sostenido y constante.
En esta noche de Rosh haShana, podemos seguir soñando y añorando lo que no es, o concentrar nuestros esfuerzos y energías en la construcción de todo aquello que puede ser y que si todos lo queremos de seguro será.
En esta noche podemos seguir dando vueltas sobre modelos cíclicos que nos regresan siempre a estadios de parálisis e inacción, o podemos apostar por nuevos caminos, en donde seamos proactivos y emprendedores.
¿Cómo queremos ser recordados a futuro?
En esta noche, segunda noche de un nuevo año, tenemos la posibilidad de empezar a escribir la historia que realmente queremos; en esta noche, segunda noche de un nuevo año, somos invitados a escribir el relato y la vida de la comunidad que nos merecemos.
Que podamos asumir el desafío con responsabilidad y congruencia.
Que tengamos todos un año de bendiciones, de alegrías y de paz.
Que sea un año de realizaciones, de trabajo conjunto y de verdadera comunión.
Shana Tova uMeborajat!
Rabino Joshua Kullock
“Yo suelo regresar eternamente al eterno regreso.” Así comienza Jorge Luis Borges uno de sus tantos cuentos. Y en algún sentido tiene razón, ya que el motivo del Eterno Retorno vuelve una y otra vez en la obra de este afamado autor.
Y regresar eternamente al eterno regreso es lo que han hecho muchas sociedades durante toda la historia. El “Mito del Eterno Retorno” fue el término que utilizó Mircea Eliade para referirse a la ciclicidad con la que diferentes calendarios culturales intentan regresar al espacio mítico de la creación del mundo. “El hombre no hace más que repetir el acto de la Creación” – escribe Eliade. “Su calendario religioso conmemora, en el espacio de un año, todas las fases cosmogónicas que ocurrieron ab origine. De hecho, el año sagrado repite sin cesar la Creación, el hombre es contemporáneo de la cosmogonía y de la antropogonía, porque el ritual lo proyecta a la época mítica del comienzo […] El sabat judeocristiano es también una imitatio Dei. El descanso del sabat reproduce el acto primordial del Señor, pues el séptimo día de la Creación fue cuando Ds ‘reposó de todas las obras que había hecho.’”
En esta noche en la que volvemos a celebrar un nuevo aniversario de la Creación del Mundo, también recordamos que Adán y Eva fueron no solo los primeros mortales, sino que asimismo fueron los primeros mortales que luego de la expulsión del Gan Eden, añoraron por mucho tiempo retornar a ese paraíso perdido.
Imaginemos un momento aquella situación: luego de haber vivido años y años en un ambiente que tenía de todo y que todo se les daba servido sin tener que desgastarse o sudar, sin tener que sufrir o trabajar, Adán y Eva pasaron a vivir en un tiempo y espacio en los cuales los años se iban sintiendo en los cuerpos que se avejentaban y la tierra no daba nada si antes el hombre y la mujer no daban de su tiempo y esfuerzo para labrarla y trabajarla. De ser los receptores por excelencia, Adán y Eva tuvieron que aprender a dar. Pero como todos sabemos, aprender a dar y ofrendar puede tomar su tiempo, y es por eso que la nostalgia de volver al paraíso del solo recibir no sólo se manifestó en la primera pareja de la historia, sino también en las generaciones sucesivas… llegando incluso hasta el día de hoy.
Mientras que la posibilidad de reencarnar un pasado mítico o histórico a partir de la ritualización canalizada en las festividades del año me parece algo sumamente importante para la construcción de una memoria colectiva basada en relatos y valores comunes, creo que la tendencia a vivir añorando los paraísos perdidos puede ser nociva y hasta peligrosa.
Esa extraña idea de que “todo tiempo pasado fue mejor” no solo afectó las vidas de Adán y Eva, sino que también nos afecta a muchos de nosotros.
Esta tendencia fue por momentos tan fuerte, que todo un movimiento filosófico se estructuró detrás de los principios de estas ideas. El Romanticismo, fue un movimiento cultural, filosófico y político que surgió en Europa en el Siglo XVIII, y que entre sus postulados principales se encontraba la exaltación radical de un pasado que al parecer podía ofrecernos todas las soluciones necesarias para cambiar el presente. Si el pasado siempre fue mejor, entonces no habría más que mirar hacia él y aplicar las respuestas de ayer para resolver las preguntas de mañana.
En nuestra tradición, el motivo de “todo tiempo pasado fue mejor” aparece ya en el Talmud, en donde podemos leer:
“Rab Zeira dijo en nombre de Rab Zimuna: Si los primeros sabios eran hijos de ángeles, nosotros somos hijos de hombres; y si los primeros sabios eran hijos de hombres, nosotros somos como asnos, y ni siquiera como los asnos de Rabi Janina ben Dosa y Rabi Pinjas ben Iair, sino asnos ordinarios” (Shabat 112b)
Textos como estos fueron sumándose para acuñar, ya en el comienzo de la Edad Media, la idea de que las generaciones de Moshe en adelante van declinando indefectiblemente en su nivel, tanto en términos intelectuales como ético-morales.
Si nuestros antepasados fueron gigantes, y nosotros simples mortales, siempre miraremos al pasado como horizonte nostálgico de lo bien que les iba a ellos, y lo mal que nos va a nosotros. Si ellos fueron hombres de bien, y nosotros no calificamos ni siquiera como asnos de categoría, es casi cosa del destino que estamos destinados a fracasar y estrellarnos. Y justamente por todo esto, antes les decía lo peligroso y nocivo que podía ser esta tendencia de querer recuperar los perdidos e imaginarios paraísos de antaño.
Cuando nuestros ojos se posan exclusivamente en el pasado desde una perspectiva que añora lo que ya pasó, caemos en la trampa de comparar nuestra vida real, aquello que nos pasa hoy en día, con los recuerdos (ya sean nuestros o ajenos) de un pasado ilusorio y holográfico. Cuando partimos de la base de querer retornar al paraíso, lo que finalmente hacemos es desgastarnos y abandonar la tarea, ya que nunca podremos recuperar aquello que en realidad nunca existió.
Creer que “todo tiempo pasado fue mejor” no solo nos frustra, sino que en segunda instancia se erige como mecanismo de defensa que nos lleva a no comprometernos con el presente, y menos que menos a involucrarnos en la construcción de nuestro futuro.
Que nadie se confunda: el pasado es muy importante para saber de donde venimos y cual es la historia y la memoria que nos unen y nos fortalecen. Pero como ya supo decir Elie Wiesel el día que recibió el Premio Nobel de la Paz: “Lo contrario del pasado no es el futuro, sino la ausencia de futuro.”
Un pueblo sin futuro, tarde o temprano termina sacrificando su propio pasado. Una comunidad que no mira hacia adelante, tarde o temprano se termina quedando ciega. Cualquiera de nosotros que no sepa o que no pueda establecer cuales son sus propias metas y objetivos en el corto, mediano y largo plazo, finalmente terminará sin saber a ciencia cierta adonde está parado… aquella persona finalmente terminará perdida y desorientada, sin saber hacia dónde ir, qué hacer, o a quién acudir.
En esta noche de Rosh haShana, y a diferencia de quienes pretenden afirmar que el tiempo pasado siempre ha sido mejor, los invito a que cambiemos nuestra forma de pensar, para poder entre todos aceptar el desafío de saber que a la hora de la hora somos nosotros (y nadie más que nosotros) los que en nuestro hacer le damos a nuestra generación mayor o menor vuelo respecto a lo ocurrido en épocas pasadas. Somos nosotros, en cada una de nuestras elecciones, los que determinamos cuál es el sentido de nuestras vidas. Somos nosotros, los que hoy decidimos cómo queremos ser recordados el día de mañana.
Y así como ocurre con nosotros, ocurre con nuestra comunidad. En la noche de hoy (y durante el resto del año) podemos elegir abrazar una visión romántica de una comunidad que ya no está más, que ya no es más que otro paraíso perdido, y que no podremos recuperar, o podemos decidir comprometernos con la construcción de una comunidad fuerte y sustentable en presente continuo, a partir de la participación en las actividades socioculturales, a partir de la presencia en los rezos, o a partir del estudio sostenido y constante.
En esta noche de Rosh haShana, podemos seguir soñando y añorando lo que no es, o concentrar nuestros esfuerzos y energías en la construcción de todo aquello que puede ser y que si todos lo queremos de seguro será.
En esta noche podemos seguir dando vueltas sobre modelos cíclicos que nos regresan siempre a estadios de parálisis e inacción, o podemos apostar por nuevos caminos, en donde seamos proactivos y emprendedores.
¿Cómo queremos ser recordados a futuro?
En esta noche, segunda noche de un nuevo año, tenemos la posibilidad de empezar a escribir la historia que realmente queremos; en esta noche, segunda noche de un nuevo año, somos invitados a escribir el relato y la vida de la comunidad que nos merecemos.
Que podamos asumir el desafío con responsabilidad y congruencia.
Que tengamos todos un año de bendiciones, de alegrías y de paz.
Que sea un año de realizaciones, de trabajo conjunto y de verdadera comunión.
Shana Tova uMeborajat!
Rabino Joshua Kullock
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