DVAR TORA - ROSH HASHANA 5770 - PRIMERA NOCHE

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Permítanme comenzar esta noche citando parte de un poema de Pablo Neruda, titulado “Muchos somos”:


De tantos hombres que soy, que somos,
No puedo encontrar a ninguno:
Se me pierden bajo la ropa,
Se fueron a otra ciudad.

Cuando todo está preparado
Para mostrarme inteligente
El tonto que llevo escondido
Se toma la palabra en mi boca.

Otras veces me duermo en medio
De la sociedad distinguida
Y cuando busco en mí al valiente,
Un cobarde que no conozco
Corre a tomar con mi esqueleto
Mil deliciosas precauciones.

Cuando arde una casa estimada
En vez del bombero que llamo
Se precipita el incendiario
Y ése soy yo. No tengo arreglo.
¿Qué debo hacer para escogerme?
¿Cómo puedo rehabilitarme?

[…] Cuando pido al intrépido
Me sale el viejo perezoso,
Y así yo no sé quién soy,
No sé cuántos soy o seremos.
Me gustaría tocar un timbre
Y sacar el mí verdadero
Porque si yo me necesito
No debo desaparecerme.

Como muchos de los aquí presentes saben, el día de hoy, primera noche de Rosh haShana, los judíos de todo el mundo nos congregamos para conmemorar simbólicamente un nuevo aniversario de la creación del universo. Es en este contexto, que recordamos que Ds creó el mundo con el solo uso de la palabra. No fue ni con fuerza física, ni con destreza material, sino con la utilización justa de las palabras correctas, que el mundo que nosotros conocemos fue llamado a la existencia.
Particularmente, nunca dejo de maravillarme por esta idea, sobretodo porque entiendo que en nuestra tarea de imitar Su obra de creación, somos nosotros quienes al elegir tal o cual palabra, tal o cual verbo, vamos moldeando nuestra propia realidad. En este sentido, cada generación va definiéndose a sí misma y articulando sus problemas, desafíos y preocupaciones a partir de términos y conceptos que le son clave.
Pensemos, por ejemplo, en cómo en los inicios de la modernidad la palabra ciencia estaba atada a la palabra iluminismo, y cómo por la misma razón, dichos hombres definieron parte de la Edad Media como la Era del Oscurantismo. Oscuridad y luz, Ciencia y Religión, eran parte de los temas centrales de aquellas generaciones.
En nuestros días, aun cuando los equilibrios entre ciencia y religión nos siguen pareciendo importantes, creo que una de las palabras que define con mayor precisión a nuestra generación – palabra de la que el poema de Neruda da clara cuenta – es la palabra “Identidad.”
La identidad nos preocupa.
La identidad nos conmueve.
Y la identidad nos moviliza.
Constantemente tratamos de ver cómo se construye la identidad, cómo se sostiene la identidad, y cómo se continúa la identidad en las generaciones que nos sucederán.
En realidad, la pregunta por la identidad es la pregunta por el quiénes somos y quiénes queremos ser. Y la verdad es que la respuesta dependerá siempre del momento en que se nos pregunte y el contexto en donde nos encontremos. Es decir: No somos iguales con nuestras familias que en nuestro trabajo; no somos los mismos en la escuela o en la comunidad. Nuestro trato siempre será diferente con nuestros padres y con nuestros amigos, con nuestras parejas y con nuestros hijos. Como dice Neruda, “muchos somos” cada uno de nosotros, y el desafío probablemente radique en conocer nuestra propia diversidad y mucha veces nuestra propia contradicción.
Esta noche quiero invitarlos justamente a que podamos bucear un poco en esta diversidad y en esta contradicción, en el ejercicio de reconocernos en las muchas aristas que nos habitan y que dan cuenta de quienes somos y para qué vivimos:
Como dice Neruda, en muchos de nosotros habita el tonto. Un tonto peligroso, porque se cree inteligente. ¿A cuántos de nosotros nos pasa que creemos en que somos tan pero tan inteligentes que las únicas soluciones posibles para un problema dado son las que nosotros planteamos y proponemos?
Nadie puede ser tan profundo como nosotros.
Nadie puede ser tan sagaz como nosotros.
Somos tan pero tan inteligentes, que el resto del mundo es demasiado elemental al lado nuestro. Y es por eso que cuando creemos tener todas las respuestas, la vida nos enseña que nos vamos quedando sordos al no escuchar a nuestros semejantes, y solos en la triste realidad de que ya nadie nos quiere siquiera prestar atención.
Así de tonto fue nuestro patriarca Iaacov, quien a fuerza de engaños y triquiñuelas se quedó absolutamente solo y desamparado, temiendo y teniendo que enfrentarse finalmente consigo mismo.
Sin embargo, así como en cada uno de nosotros habita el tonto, también habita el inteligente.
El verdadero inteligente, es aquel que aprende a ser receptivo en el diálogo y empático en sus respuestas.
Es aquel que trabaja por compartir la visión, y construirla de manera conjunta.
Es aquel que ayuda a los demás, y que se esfuerza por generar un grupo diverso en el cual todos tienen lo que aportar.
Así de inteligente fue también Iaacov, quien luego de la profunda soledad aprendió a ser Israel para encontrar los caminos que lo lleven a rectificar sus acciones, y de esta manera reconciliarse tanto con su hermano como con su grupo familiar.
En nuestra propia identidad, deberemos elegir quien queremos ser: si el tonto o el inteligente.

En nuestro ser anidan también tanto el cobarde como el valiente.

Somos cobardes todas las veces que preferimos encerrarnos en nuestras casas y no salir a decir lo que pensamos.
Somos cobardes cuando pensamos que el trabajo lo tienen que hacer los demás, y nos lo tienen que dejar servido en bandeja.
Somos cobardes cuando, al no comprometernos, le dejamos vía libre a los fundamentalistas de turno que hacen con nuestras instituciones lo que se les da la gana.
Somos cobardes cuando dejamos que la vida nos pase por el costado y no tomamos posición por todo aquello en lo que verdaderamente creemos y anhelamos.
Cobarde fue nuestro patriarca Abraham, cuando primero al viajar a Egipto y luego al morar en la tierra de Grar, le pidió a Sara que diga ser su hermana por miedo a que los soldados del Faraón lo encarcelasen o matasen.
Sin embargo, la vida nos enseña que podemos ser valientes.
Porque somos valientes al abrir la mano y dar la bienvenida a quien no conocemos.
Porque somos valientes cuando con nuestro ejemplo le enseñamos al mundo que no necesariamente debemos replegarnos unilateralmente a lo íntimo de nuestro ego y de nuestro hogar.
Porque somos valientes cuando nos sumamos a las causas de los que menos tienen y más necesitan trabajando por hacer de este mundo un mundo mejor.
Porque somos valientes al aprender que siempre será mejor pedir perdón que pedir permiso.
Valiente fue nuestro patriarca Abraham cuando se atrevió a andar por un nuevo camino.
Y valiente fue nuestro patriarca Abraham cuando decidió abrir su casa para recibir a los viajeros, así como cuando fue en búsqueda de justicia cuando Ds se disponía a destruir Sodoma y Gomorra.
En nuestra propia identidad, deberemos elegir quien queremos ser: si el cobarde o el valiente.

Neruda dice con justa razón, que podemos reconocer en nuestro interior tanto al bombero como al incendiario.

El incendiario es aquella fuerza dentro de nosotros a la cual le fascina ver sangre correr.
Es aquella fuerza que hace todo lo posible por causar o alimentar el fuego de la destrucción, disfrutando de ser testigo privilegiado de cómo lo quemado se viene indefectiblemente abajo.
Somos incendiarios al ansiar – explícita o implícitamente – el mal de nuestros semejantes, incluso de aquellos que nos han hecho daño en algún momento de la historia. Somos incendiarios al preferir que todo se hunda a que nos salve un proyecto o idea sobre los cuales no fui consultado. Somos incendiarios cuando proponemos el caos, cuando en todo vemos una conspiración, y cuando hacemos de la incertidumbre una estrategia para perpetuarnos en cualquier posición de poder.
Incendiaria fue Miriam, cuando habló mal de Moshe. Incendiaria fue Miriam cuando sus celos la cegaron y cuando su egoísmo le imposibilitó ver la obra de su hermano y los sacrificios que él realizaba para liderar al pueblo.
Y aun así, junto al incendiario convive el bombero.
El bombero representa la fuerza que busca aquietar las aguas.
El bombero se manifiesta en nuestro deseo de recuperar equilibrios perdidos, reduciendo la temperatura ambiente para llegar a renacer de las cenizas.
Somos bomberos cuando podemos anteponer el bien de la mayoría a nuestros propios intereses, cuando nos preocupa la casa del otro, y cuando damos al otro de lo nuestro para que todos estemos cada vez mejor.
Somos bomberos en la vocación de servir, y en el compromiso constante con la comunidad. Somos bomberos al compartir la tarea común, y al aspirar a la reconstrucción de todo aquello que por alguna razón haya sido dañado.
El rol de bombero fue cumplido por Miriam cuando supo acompañar la canasta de su hermano recién nacido, quien se encontraba a la deriva en las aguas del Nilo. El rol de bombero fue cumplido por Miriam al entonar junto a todo el pueblo un canto de salvación al cruzar el Iam Suf. El rol de bombero fue cumplido por Miriam cuando gracias a su generosidad un pozo de agua acompañó incondicionalmente al pueblo de Israel durante todos los años en el desierto, a toda hora y en todo lugar.
En nuestra propia identidad, deberemos elegir quien queremos ser: si el bombero o el incendiario.

Por último, en nuestro ser conviven el intrépido y el perezoso.

El perezoso es aquel que nos habla dando cuenta de la flojera que muchas veces nos da participar. Sin importar si se trata de rezos, de educación, de encuentros sociales o espacios recreativos, el perezoso no quiere ir, no quiere estar.
El perezoso es también quien le teme al cambio. Le da miedo la innovación. Tiene pocas fuerzas disponibles para hacer otra cosa que no sea sentarse pasivamente a recibir todo aquello que se le pueda gratuitamente dar.
El perezoso es el símbolo de la parálisis y la apatía, de la desidia y la dejadez.
Perezoso fue Moshe, quien al escaparse de Egipto pastaba ociosa y vanamente los rebaños de su suegro Itro. Perezoso fue Moshe, quien al principio no quiso ir a enfrentar al Faraón para liberar al pueblo de Israel, y al final volvió a pegarle a la roca en lugar de hablarle para que fluya de ella agua.
Sin embargo, junto al perezoso vive el intrépido. Al lado del perezoso está quien se anima a innovar, a probar, a buscar y a intentar cosas nuevas. Es el valiente que se atreve a apostar por hacer las cosas de otra manera. Es quien se lanza a la aventura de pensar alternativas y quien entiende tanto que las soluciones de ayer pueden no ser las soluciones de mañana, como que si queremos organizaciones que cambien, también deben cambiar aquellos que viven dentro de dichas organizaciones.
El intrépido es el símbolo de la audacia y el cambio, del compromiso y la innovación.
Intrépido fue Moshe, quien finalmente entendió lo que se necesitaba para generar una revolución que habría de influir en la humanidad toda por el resto de la historia. Intrépido fue Moshe, quien supo abandonar su comodidad en aras del bien común, y quien reconectó al pueblo judío con el Ds de Israel. E intrépido fue Moshe, quien al final de sus días entendió lo necesario de trabajar por la continuidad de un liderazgo sano, que se iba a poder manifestar no en su persona sino en la de Joshua.
En nuestra propia identidad, deberemos elegir quien queremos ser: si el perezoso o el intrépido.

¿Quiénes somos? ¿Quiénes queremos ser?

Decía Neruda: “Me gustaría tocar un timbre / Y sacar el mí verdadero / Porque si yo me necesito / No debo desaparecerme.” La elección de quienes somos y quienes queremos ser depende única y exclusivamente de cada uno de nosotros. Es una tarea indelegable e impostergable. Es una chamba de la que no nos podemos escapar, y de la cual cada uno de nuestros actos va dando cuenta indefectible de nuestras decisiones. Para encontrar nuestro “verdadero yo,” no podemos ni debemos evadirnos, no podemos ni debemos desaparecernos.
Y así como comenzamos con un poema de Pablo Neruda, quiero finalizar en esta noche leyendo otro poema, en este caso de Mario Benedetti, titulado “La gente que me gusta”:

“Primero que todo,
Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace en menos tiempo de lo esperado.
Me gusta la gente con capacidad para medir las consecuencias de sus acciones, la gente que no deja las soluciones al azar.
Me gusta la gente estricta con su gente y consigo misma, pero que no pierda de vista que somos humanos y nos podemos equivocar.
Me gusta la gente que piensa que el trabajo en equipo, entre amigos, produce más que los caóticos esfuerzos individuales.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos serenos y razonables.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza de reconocer que no sabe algo o que se equivocó.
Me gusta la gente que al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente; a éstos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente fiel y persistente, que no fallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente que trabaja por resultados. Con gente como esa, me comprometo a lo que sea, ya que con haber tenido esa gente a mi lado me doy por bien retribuido.”

En este nuevo año que comienza, quiera Ds ayudarnos e inspirarnos para ser y hacer como aquella gente que nos gusta. Que podamos tener la grandeza para ser inteligentes como Iaacov y el arrojo para ser intrépidos como Moshe; la voluntad para ser valientes como Abraham y la generosidad para ser bomberos como Miriam. Que podamos elegir con sabiduría y con bondad, y que seamos todos testigos de ello para ver como nuestras decisiones nos van llevando a vivir vidas plenas de sentido y trascendencia.

Shana Tova y Shabat Shalom!
Rabino Joshua Kullock

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