LOS RABINOS DE LA UJCL
ESCRIBEN EL COMENTARIO DE LA PARASHA
Rabino Claudio Jodorkovsky (Colombia)
ESCRIBEN EL COMENTARIO DE LA PARASHA
Rabino Claudio Jodorkovsky (Colombia)
Una vieja costumbre dice que los judíos no podemos contar a las personas. Es más, en familias muy tradicionalistas esta costumbre está tan presente que cuando a alguien le preguntan cuántos hijos tiene ellos contestan no con el número sino con sus nombres. Así, tres hijos no son tres sino “Shlomo, Izjtak, David”, por ejemplo.
Pero esto de no contar a la gente es algo que no solo se limita al plano privado o familiar. Otra costumbre muy conocida es que a la hora de revisar si hay Minián en la sinagoga, hay quienes consideran inadecuado contar con números y lo que se hace es elegir un pasaje del Tanaj (Biblia hebrea) compuesto por diez palabras y lo pronuncian atribuyendo cada palabra a un asistente a la sinagoga. Así, al finalizar el recitado del versículo, ya se sabe si se formó o no el Minián.
Pero, ¿Por qué no contar a la gente directamente? La verdad es que no tenemos una respuesta clara. Probablemente lo que quiere hacer nuestra tradición es enseñarnos a no acostumbrarnos a reducir a una persona, con sus atributos siempre únicos y especiales, a un simple número, lo cual no solo atenta contra el carácter especial del ser humano sino que además puede conducir a abusos y atropellos.
Nosotros los judíos sabemos muy bien que cuando un ser humano es despojado de su particularidad y se lo transforma en un simple número, la distancia para que esto termine en catástrofe es casi inexistente. Quizás la forma más sencilla que tenían los nazis de auto justificarse psicológicamente por las atrocidades que cometían era convenciéndose que los judíos no eran más que ese número que les marcaban en la piel.
Pero si bien lo anterior es razón suficiente para comprender la importancia que los judíos les damos a la individualidad de las personas y para entender esta costumbre de no reducir a un ser humano a un número, la Torá nos presenta una situación particular que agrega otra dimensión al tema en cuestión y que pienso es aún más significativa:
Esta semana comenzamos la lectura del cuarto libro de la Torá, Bemidbar, que en español recibe el nombre, precisamente, de “números”. Esto tiene que ver, curiosamente, con que la mayor parte del libro de Bemidbar está dedicada a una serie de censos que Moshé organizó para contar al pueblo de Israel en el desierto. Y no deja de llamar la atención el hecho de que mientras nuestras costumbres populares nos dicen que no podemos contar a las personas, Bemidbar, todo un libro de la Torá, parece estar dedicado justamente a eso.
Rashi, el famoso comentarista de la Torá, basándose en el Midrash, nos explica que en realidad estos censos organizados por Moshé no tenían el único propósito de saber el número de personas que integraban el Pueblo de Israel. Con respecto al primero, cuyo objetivo era específicamente organizar el ejército, dice el comentarista: “Heviu Sifrei Ijuseihem Ve Eidei Jezkat Leidatam”[1]. Es decir: En el momento del censo, cada persona debía presentar ante los jefes de su tribu una lista con sus antecedentes personales y los de su familia. De acuerdo a esto, lo que en un principio parecía ser un simple censo de población, se transforma ahora en un recuento, no de la cantidad, sino de las características personales y los méritos de cada miembro del pueblo de Israel y su grupo familiar. Y este pequeño detalle que agrega Rashi a la historia nos permite comprenderla desde una óptica completamente diferente sino opuesta: D-s censa al pueblo no porque le importa cuántos son, sino más bien cómo son: Ya no se trata de cantidad sino de calidad.
Una de las actitudes frecuentes de quienes estamos vinculados a las comunidades judías y a su conducción es que creemos que los indicadores de nuestro éxito o fracaso están determinados fundamentalmente por la cantidad de gente que logramos convocar. Así, por ejemplo, no es raro que después de los Yamim Noraim (Altas Fiestas), los rabinos o dirigentes sintamos satisfacción y orgullo luego de varios días en los que nuestras sinagogas se colmaron de asistentes. Sobre esto, una vez escuche de uno de mis maestros que el Rabino Marshal Meyer Z”L, fundador del Seminario Rabínico Latinoamericano, acostumbraba a conversar con sus alumnos, estudiantes rabínicos, después de Rosh Hashaná y Yom Kipur y al percibir ese dejo de complacencia por un supuesto éxito basado en la asistencia a la sinagoga, los desafiaba diciéndoles: “Dime, ¿Cuántas de esas personas pudo realmente acercarse a D-s y rezar? ¿Cuántos de esos cientos de judíos se compenetraron con su plegaria e hicieron de verdad Teshuvá?”. Lo que el Rabino Meyer quería enseñar a los futuros rabinos era que el éxito no se mide necesariamente por la cantidad.
Vivimos en un mundo en que los números y las cuentas nos ayudan a controlar la realidad y adaptarla a nuestra medida. Las encuestas, supuestamente objetivas, muchas veces son mal utilizadas para intereses específicos y nos hacen creer en realidades que están lejos de serlo. Por otro lado hay una esclavitud peligrosa a la valoración cuantitativa: Mejor persona es el que más amigos tiene, mejor líder es el que más personas convoca y mejor sinagoga es la que más afiliados tiene o la que mas se llena en un Kabalat Shabat. En parte esto puede tener que ver con una búsqueda engañosa de seguridad: No nos gusta ser rechazados y buscamos la aceptación del otro, y para eso siempre es más seguro hacer lo que lo hacen los demás.
Como judíos, la historia nos enseñó que valorar el éxito en términos cuantitativos no es compatible con la supervivencia de un pueblo. Los judíos siempre fuimos los “pocos” tratando de sobrevivir frente a los “muchos”. Se nos exigió en no pocas ocasiones renunciar a nuestros valores y tradiciones para adaptarnos a la corriente mayoritaria, pero supimos sobrevivir, justamente, porque no nos importó ser pocos o ser menospreciados por ello. Siempre supimos que el camino de la Torá y de los ideales de nuestra tradición conllevaba el ser considerados desde afuera como la excepción que debe ser señalada. La soledad que implicó el no ser parte de la opción “popular”, en vez de alejarnos de D-s y la Torá, nos acercó cada vez más a ella y reafirmó nuestra identidad.
Si se trata solo de convocar a como dé lugar, entonces llenar una sinagoga o cualquier lugar de oración puede llegar a ser una tarea relativamente sencilla, como también puede llegar a ser sumamente popular un judaísmo basado en la magia y la superstición, el ritualismo, la figuración social y la falta de cualquier desafío a crecer y mejorar como persona. Y es por eso que como judíos y miembros de nuestras comunidades debemos ser muy responsables a la hora de evaluar nuestros éxitos y fracasos, y especialmente de compararnos con los demás. Nuestra misión primordial no son las estadísticas o los indicadores numéricos. Ellos son una pauta que debe complementar nuestra reflexión pero jamás reemplazarla, transformándose en un fin en sí mismo.
Aunque suene trivial o haya sido demasiado repetido, el mensaje de la Torá esta semana sigue siendo vigente: Lo que cuenta, fundamentalmente, es la calidad y no la cantidad. Tomar en cuenta el número de amigos que tienes, la cantidad de gente que te admira o cuantos socios tienes en tu comunidad puede ser provechoso si lo haces en forma responsable, pero también puede llevarte por mal camino si pierdes la perspectiva y lo transformas en el fin ulterior. Lo que debe ser contado, como hace D-s con el pueblo en el desierto, no son las personas en sí, sino sus méritos, mitzvot, valores y actitudes.
Shabat Shalom uMeboraj!
[1] Rashi a bemidbar 1:18. Esta idea la aprendi de mi amigo y maestro el Rabino Gustavo Suraszki.
Pero esto de no contar a la gente es algo que no solo se limita al plano privado o familiar. Otra costumbre muy conocida es que a la hora de revisar si hay Minián en la sinagoga, hay quienes consideran inadecuado contar con números y lo que se hace es elegir un pasaje del Tanaj (Biblia hebrea) compuesto por diez palabras y lo pronuncian atribuyendo cada palabra a un asistente a la sinagoga. Así, al finalizar el recitado del versículo, ya se sabe si se formó o no el Minián.
Pero, ¿Por qué no contar a la gente directamente? La verdad es que no tenemos una respuesta clara. Probablemente lo que quiere hacer nuestra tradición es enseñarnos a no acostumbrarnos a reducir a una persona, con sus atributos siempre únicos y especiales, a un simple número, lo cual no solo atenta contra el carácter especial del ser humano sino que además puede conducir a abusos y atropellos.
Nosotros los judíos sabemos muy bien que cuando un ser humano es despojado de su particularidad y se lo transforma en un simple número, la distancia para que esto termine en catástrofe es casi inexistente. Quizás la forma más sencilla que tenían los nazis de auto justificarse psicológicamente por las atrocidades que cometían era convenciéndose que los judíos no eran más que ese número que les marcaban en la piel.
Pero si bien lo anterior es razón suficiente para comprender la importancia que los judíos les damos a la individualidad de las personas y para entender esta costumbre de no reducir a un ser humano a un número, la Torá nos presenta una situación particular que agrega otra dimensión al tema en cuestión y que pienso es aún más significativa:
Esta semana comenzamos la lectura del cuarto libro de la Torá, Bemidbar, que en español recibe el nombre, precisamente, de “números”. Esto tiene que ver, curiosamente, con que la mayor parte del libro de Bemidbar está dedicada a una serie de censos que Moshé organizó para contar al pueblo de Israel en el desierto. Y no deja de llamar la atención el hecho de que mientras nuestras costumbres populares nos dicen que no podemos contar a las personas, Bemidbar, todo un libro de la Torá, parece estar dedicado justamente a eso.
Rashi, el famoso comentarista de la Torá, basándose en el Midrash, nos explica que en realidad estos censos organizados por Moshé no tenían el único propósito de saber el número de personas que integraban el Pueblo de Israel. Con respecto al primero, cuyo objetivo era específicamente organizar el ejército, dice el comentarista: “Heviu Sifrei Ijuseihem Ve Eidei Jezkat Leidatam”[1]. Es decir: En el momento del censo, cada persona debía presentar ante los jefes de su tribu una lista con sus antecedentes personales y los de su familia. De acuerdo a esto, lo que en un principio parecía ser un simple censo de población, se transforma ahora en un recuento, no de la cantidad, sino de las características personales y los méritos de cada miembro del pueblo de Israel y su grupo familiar. Y este pequeño detalle que agrega Rashi a la historia nos permite comprenderla desde una óptica completamente diferente sino opuesta: D-s censa al pueblo no porque le importa cuántos son, sino más bien cómo son: Ya no se trata de cantidad sino de calidad.
Una de las actitudes frecuentes de quienes estamos vinculados a las comunidades judías y a su conducción es que creemos que los indicadores de nuestro éxito o fracaso están determinados fundamentalmente por la cantidad de gente que logramos convocar. Así, por ejemplo, no es raro que después de los Yamim Noraim (Altas Fiestas), los rabinos o dirigentes sintamos satisfacción y orgullo luego de varios días en los que nuestras sinagogas se colmaron de asistentes. Sobre esto, una vez escuche de uno de mis maestros que el Rabino Marshal Meyer Z”L, fundador del Seminario Rabínico Latinoamericano, acostumbraba a conversar con sus alumnos, estudiantes rabínicos, después de Rosh Hashaná y Yom Kipur y al percibir ese dejo de complacencia por un supuesto éxito basado en la asistencia a la sinagoga, los desafiaba diciéndoles: “Dime, ¿Cuántas de esas personas pudo realmente acercarse a D-s y rezar? ¿Cuántos de esos cientos de judíos se compenetraron con su plegaria e hicieron de verdad Teshuvá?”. Lo que el Rabino Meyer quería enseñar a los futuros rabinos era que el éxito no se mide necesariamente por la cantidad.
Vivimos en un mundo en que los números y las cuentas nos ayudan a controlar la realidad y adaptarla a nuestra medida. Las encuestas, supuestamente objetivas, muchas veces son mal utilizadas para intereses específicos y nos hacen creer en realidades que están lejos de serlo. Por otro lado hay una esclavitud peligrosa a la valoración cuantitativa: Mejor persona es el que más amigos tiene, mejor líder es el que más personas convoca y mejor sinagoga es la que más afiliados tiene o la que mas se llena en un Kabalat Shabat. En parte esto puede tener que ver con una búsqueda engañosa de seguridad: No nos gusta ser rechazados y buscamos la aceptación del otro, y para eso siempre es más seguro hacer lo que lo hacen los demás.
Como judíos, la historia nos enseñó que valorar el éxito en términos cuantitativos no es compatible con la supervivencia de un pueblo. Los judíos siempre fuimos los “pocos” tratando de sobrevivir frente a los “muchos”. Se nos exigió en no pocas ocasiones renunciar a nuestros valores y tradiciones para adaptarnos a la corriente mayoritaria, pero supimos sobrevivir, justamente, porque no nos importó ser pocos o ser menospreciados por ello. Siempre supimos que el camino de la Torá y de los ideales de nuestra tradición conllevaba el ser considerados desde afuera como la excepción que debe ser señalada. La soledad que implicó el no ser parte de la opción “popular”, en vez de alejarnos de D-s y la Torá, nos acercó cada vez más a ella y reafirmó nuestra identidad.
Si se trata solo de convocar a como dé lugar, entonces llenar una sinagoga o cualquier lugar de oración puede llegar a ser una tarea relativamente sencilla, como también puede llegar a ser sumamente popular un judaísmo basado en la magia y la superstición, el ritualismo, la figuración social y la falta de cualquier desafío a crecer y mejorar como persona. Y es por eso que como judíos y miembros de nuestras comunidades debemos ser muy responsables a la hora de evaluar nuestros éxitos y fracasos, y especialmente de compararnos con los demás. Nuestra misión primordial no son las estadísticas o los indicadores numéricos. Ellos son una pauta que debe complementar nuestra reflexión pero jamás reemplazarla, transformándose en un fin en sí mismo.
Aunque suene trivial o haya sido demasiado repetido, el mensaje de la Torá esta semana sigue siendo vigente: Lo que cuenta, fundamentalmente, es la calidad y no la cantidad. Tomar en cuenta el número de amigos que tienes, la cantidad de gente que te admira o cuantos socios tienes en tu comunidad puede ser provechoso si lo haces en forma responsable, pero también puede llevarte por mal camino si pierdes la perspectiva y lo transformas en el fin ulterior. Lo que debe ser contado, como hace D-s con el pueblo en el desierto, no son las personas en sí, sino sus méritos, mitzvot, valores y actitudes.
Shabat Shalom uMeboraj!
[1] Rashi a bemidbar 1:18. Esta idea la aprendi de mi amigo y maestro el Rabino Gustavo Suraszki.
DESDE LA COMUNIDAD HEBREA DE GUADALAJARA TE DESEAMOS SHABAT SHALOM !!!
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